Alto y claro
José Antonio Carrizosa
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Los perfiles de Adolfo Suárez y Pedro Sánchez, y los tiempos que a cada uno les ha tocado atravesar, no pueden ser más diferentes. El primero enfocó toda su energía en transformar una dictadura con avanzados signos de putrefacción en una democracia plena. Fue la operación más delicada y trascedente del último siglo de historia de España. El segundo ha empleado arte y artimañitas, de hecho lo sigue haciendo, sin otro fin que el de mantenerse en el poder el máximo tiempo posible. Pero a los dos los une un denominador común que no es muy frecuente encontrar: han utilizado una audacia infinita en estrategias por las que nadie hubiera dado un duro y a los dos los acompañó la suerte en los empeños más arriesgados.
Suárez hizo cosas inimaginables en su momento. Llegó a la Presidencia del Gobierno en una operación rocambolesca directamente desde la secretaría general del Movimiento. Convenció a la Cortes corporativas de que se autodisolvieran. Creó un partido, la UCD, en el que forzó a convivir una amalgama imposible de intereses, pero que le sirvió para transitar él mismo por el poder. Legalizó al Partido Comunista jugando al límite con una posible sublevación militar... En cualquiera de esos momentos podía haber fracasado, pero arriesgó y ganó.
Sánchez fue echado a patadas de su partido. Volvió y ganó unas primarias en las que nadie apostaba por él. Promovió una moción de censura contra Rajoy que tenía todas las papeletas pasa salir mal. Prometió una y mil veces que no pactaría con Pablo Iglesias, pero lo colocó de vicepresidente y logró urdir alianzas que le garantizasen la permanencia en la Moncloa. Arriesgó al máximo con los indultos a los condenados del procés y dio una vuelta más de tuerca con la amnistía, poniéndose en contra incluso a una parte muy significativa de su partido. El domingo pasado consiguió que su candidato ganara las elecciones en Cataluña y que el bloque independentista se hundiera y perdiera la mayoría. Cómo termine esta partida es algo que todavía está por ver, pero buena parte de sus objetivos están cumplidos.
En la política, como en tantas otras facetas de la vida, la audacia es un elemento consustancial. Si no se toman riesgos y se tienta a la suerte no se va a ningún sitio, sobre todo en situaciones complicadas en las que lo previsible no sirve. Tanto Suárez como Sánchez son ejemplos de políticos audaces, aunque uno pusiera ese atributo al servicio del futuro de su país y el otro al de sus propias ambiciones personales.
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