Alto y claro
José Antonio Carrizosa
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El nuevo Gobierno nace más fuerte y más débil que el anterior. La paradoja es sólo aparente. Pedro Sánchez ha atraído a su investidura el apoyo de 179 diputados que representan a más de doce millones y medio de ciudadanos, por encima de cualquier otro presidente de la democracia salvo Zapatero. Ha demostrado ser más resistente, resiliente y superviviente que ningún otro líder político español. Y, lo que es más importante, su caída por moción de censura es impensable. Quien podría presentarla, Núñez Feijóo, no sería respaldado jamás por los grupos integrados en la nueva mayoría, por mucho que se sintieran defraudados por la gestión de Sánchez. Ya se lo confesó Rufián en la tribuna: su mejor baza es lo que tiene enfrente (la derecha y la ultraderecha).
Al mismo tiempo, el Gobierno será más débil que el que ahora se marcha. Tendrá la misma legitimidad, pero más grietas y fragilidades. La primera, interna. No fue fácil precisamente la convivencia entre PSOE y Unidas Podemos en la legislatura anterior en casi todos los asuntos relevantes, así que imagínense a partir de ahora, cuando el socio (Sumar) es una constelación de docena y media de partidos y partiditos, uno de los cuales (Podemos), con cinco diputados, anda revirado con su jefa, que le va a quitar los ministerios, y dispuesto a volar por su cuenta, e incluso a suicidarse en solitario.
En el exterior del Gobierno, entre los aliados, lo que hay no son grietas, sino socavones con vocación de abismos. La portavoz de Junts, la simpática Miriam Nogueras, le dijo a Sánchez en el Congreso momentos antes de hacerle presidente del Gobierno, que no se fiaba de él, le pidió que fuese valiente y le exigió que rectificara su discurso de investidura y no hablase más de diálogo, sino de negociación entre naciones. Lo peor es que lo consiguió, tras reunión urgente con Santos Cerdán, el muñidor del pacto con el Fugitivo de Waterloo. Nogueras quería oír que Sánchez cumpliría las 1.486 palabras del acuerdo de Bruselas –ese que consagra a los golpistas amnistiados como víctimas de la represión del Estado democrático español–, y Sánchez prometió que sí, que lo cumpliría.
Si lo que oculta Sánchez es que no piensa satisfacer todo lo que ha firmado, pronto lo van a descubrir, porque ha aceptado someterse a verificadores internacionales una vez al mes. Su gestión será vigilada y controlada en el Congreso de los Diputados y el Senado de España, y también en un centro de mediación en Ginebra. El colmo de la humillación.
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