Reflexiones desde Andalucía

Una movilización intelectual reconfortaría, ofreciéndole a los andaluces la iniciativa de pensar cómo articularse sin privilegios

El presidente de la Junta, en declaraciones recientes, ha acuñado una frase llamativa: “Andalucía no permitirá una España de privilegios”. Una manifestación comprometedora si quiere mantenerla como propuesta política en la virulenta situación nacional que se avecina. Por ello, no conviene olvidarla, evitando así que su papel se reduzca a ser un titular de prensa. No se sabe si hay una voluntad expresa por parte del Presidente de encarnarla como emblema y exigencia institucional en los conflictos de los próximos meses. Pero muchos le recordarán esta promesa (“Andalucía no permitirá privilegios”), y, por tanto, no debería quedar como un fugaz artificio verbal. Y que, cuando menos, tiene la obligación de plantear públicamente los medios para que circulen las actitudes, ideas y reflexiones que esa propuesta conlleva. Porque en estos momentos, en la lucha política española que enmascara la supervivencia y ambiciones de unos y otros, lo que está en juego es un claro reparto de privilegios regionales en cuestiones económicas y sociales. Bajo simulacros sentimentales destinados a defender banderas, lenguas e identidades se ocultan unos políticos que buscan sobre todo repartir más entre los suyos, ya que eso les permite permanecer en el poder. Ha vuelto, en efecto, la demanda cínica de privilegios que tanto costó desterrar en los siglos XVIII y XIX. Pero ahora recubiertos con otras justificaciones afectivas. Por tanto, si realmente el presidente de la Junta quisiera asumir la responsabilidad de sus declaraciones, su tarea más inmediata podría ser emprender esa batalla cultural (en este caso cultural de verdad) y airear los mecanismos que subyacen tras tanto separatismo; incluidos los políticos y funcionarios que han encontrado en ese mundo el mejor medio para redimir a una patria imaginaria, dotándola de unos privilegios que ellos son los primeros en disfrutar. Revelar, analizar y difundir este proceso de exclusión que sufre España (y aún se proyecta ampliar más) sería la mejor manera, por parte de Juan Manuel Moreno, de ostentar firmeza ante lo ya afirmado. Desde su cargo, cuenta con los dispositivos necesarios para librar esa ofensiva cultural y política, gracias al personal de instituciones y universidades y al amplio mundo de investigadores, periodistas y escritores que estarían dispuestos a responder a tal misión. Además, una movilización intelectual de este tipo, en momentos tan apagados, reconfortaría el ánimo de los andaluces, ofreciéndoles la iniciativa de pensar cómo articularse mejor, sin privilegios, con los restantes españoles.

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