Hay una leyenda que cuenta que hay un personaje en Roma que cuenta con las llaves de todas las puertas de la ciudad eterna. Roma siempre ha dado mucha importancia, en sus leyendas y mitos, a las puertas y sus cerraduras. Como en la magnífica escena que pintó Rafael en una pared de la Capilla Sixtina, con las dos llaves que Jesús entregó a San Pedro. O La Mirilla de los Caballeros de Malta. O La Puerta Mágica en la Piazza Vittorio Emanuele, único monumento al químico que revela los secretos de la Piedra Filosofal. O la puerta de la Basílica de San Juan de Letrán donde las futuras madres la tocan con la esperanza de dar a la luz un hijo varón, como lo hicieron las madres de los hombres más importantes de la Roma antigua. O, la casi intacta, Puerta de Rómulo, cuya cerradura que tenía más de 1.700 años, cuando fue descubierta, seguía funcionando.

Es posible que Mark Zuckerberg pensara que tenía otra puerta eterna cuando creó Facebook. Millones de personas volcando en su muro sus datos y revelando sus gustos y creencias a base de likes. El mejor instrumento de manipulación colectivo de la Historia, 2.000 millones de puertas cuya llave maestra en manos de Facebook. La distopía de Orwel no llegó a tanto.

El poder siempre se ha basado en el manejo de los miedos, las creencias, los sentimientos de culpa, las aspiraciones de superación y la búsqueda de la felicidad de los seres humanos. Facebook es un universo en el que, por primera vez, uno no solamente existía, era libre y, además, estaba protegido para hablar de lo que quería y de quién quería, pero al tiempo construía, en esa relación de intimidad con sus usuarios, una puerta de entrada para manipular sus creencias.

Cambridge Analytica ha accedido de forma irregular a esos datos. Zuckerberg tiene una responsabilidad histórica que afecta a la construcción de este mundo, en el que vamos cambiando conocimiento por sabiduría.

En la era de Google tenemos más información que nunca. Pero la supresión del tiempo y de los procesos de maduración originan sociedades cada vez menos sabias, aunque recolecten más datos. Concentrar lo más sagrado que tenemos los seres humanos, nuestra necesidad de comunicación y de afecto, en muy pocas manos es muy peligroso. Es evidente que no solo la Roma es eterna, nuestra intimidad en Facebook también.

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