Es la cara B de la canción de Shakira. Esto es África. Nuevos éxodos en ciernes hacia la UE. En Libia y Marruecos, dos catástrofes naturales se añaden a pobreza, desigualdad, injusticia y desgobierno. La miseria y la tragedia son los auténticos efectos llamada. Hay desigualdad climática: una DANA en España provoca cuatro muertos; otra en Libia causa más de 20.000. Y hay desigualdad social, estos dramas en países pobres afectan a los desfavorecidos, con peores recursos, viviendas, servicios o comunicaciones. Una situación que recuerda el fracaso de las primaveras árabes.

En 2011 Francia lideró una operación militar para derrocar a Muamar Gadafi, dictador de Libia durante 42 años, que había financiado a muchos partidos de la Europa democrática. El coronel era recibido con honores por doquier: sin ir más lejos, estuvo aquí tan ricamente en Sevilla y Málaga en 2007, con su jaima y su séquito de 300 personas. A Gadafi le gustaba esto: el Libyan Foreign Bank compró la finca La Resinera de casi 7.000 hectáreas en los montes que bajan de Ronda a Marbella.

Pero la primavera árabe cambió su suerte. Grupos opositores se levantaron en armas, el régimen los reprimió y Sarkozy organizó una acción humanitaria. Se sumó Cameron y finalmente la OTAN bombardeó al ejército regular. El sátrapa fue apresado y ejecutado. Y el país lleva dividido 12 años, en cinco zonas que se disputan puertos, refinerías, oleoductos y pozos de petróleo. En el occidente está el Gobierno de Unidad Nacional, reconocido por su vecina Argelia, la ONU, Estados Unidos y la UE. El oriente está ocupado por el ejército del general Haftar, libanés formado en la URSS, apoyado por el vecino de ese costado, Egipto, además de por Rusia o Emiratos. Pero también hay una zona Tuareg, otra de milicias Tubu y un reducto yihadista. No hay interlocutores, no hay servicios públicos; revientan presas por su mal estado ante una gota fría…

Y si en Libia no hay a quien acudir, en Marruecos no contesta. Es un país gobernado por un rey absoluto. Es patriarca civil, nada se hace sin su asentimiento, y el jefe religioso, comendador de los creyentes. Pero además, Mohamed VI es un monarca absentista: vive la vida loca la mayor parte del año fuera de su país, en su palacete de París, junto a la Torre Eiffel que le costó 80 millones de euros en 2020, o en su castillo de Betz, a 70 kilómetros al nordeste de la capital francesa. Y si no está de vacaciones parisinas, como cuando se produjo el terremoto, está en Gabón en el paradisíaco reducto de Pointe Denis, en la desembocadura del río Gabón, dentro del Parque Nacional Pongara. Todo eso coge muy lejos del alto Atlas y las pobres viviendas de adobe de una población que vive en la miseria, con lo puesto, dejada de la mano de Alá y de su comendador. Por eso vienen en oleadas. Esto es África. Waka waka.

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