El habitante
Ricardo Vera
La vida que queda
La primavera es tiempo de oportunidades y aquí no deberíamos darle tregua. Esta ciudad tan nuestra, pero tan suya al mismo tiempo, regala algunos momentos, más o menos largos, de respiro al calor rotundo y a los picos de frío, muchos más breves, pero con cierta intensidad. Esos momentos se ubican en los plácidos meses de octubre y noviembre (a veces, con diciembre bien entrado, aún ni pizca de frío) y en los que han empezado ahora, de marzo a mayo (aunque no es infrecuente que el final de mayo apriete, ni tampoco que junio se deje tratar). Córdoba entra en temporada alta con la razón que da el tiempo.
La primavera de verdad, la que manda en tiempo geológico, comienza con el mes de marzo, pero a veces, como nos ha pasado este año, los últimos fríos del invierno llenan los primeros días a modo de despedida. La primavera que nos enseñaron en el colegio empieza el 21, a finales, pero lo cierto es que para ese día ya llevamos unos cuantos, normalmente, en los veinte graditos que tanta vitalidad contagian. Nos echamos a la calle. Vemos y nos ven. Pues a eso voy. A la vitalidad.
Haga frío o haga calor yo me pateo las ciudades, también ésta. Si hace bueno, además, es agradable el paseo. Si el paseo se hace por un sitio, como el nuestro, que cuenta con tres patrimonios de la Humanidad tangibles, Mezquita-Catedral, Centro Histórico que la rodea, y Medina-Azahara, y uno intangible, que ya pronto palpita a tope, los Patios, se convierte en obligado. Muchas de esas caminatas son tempranas y, en esas horas, es normal encontrarse con poquita gente en el camino. Si por lo que sea, salgo después o me encuentro en la calle en la tarde que ya empieza a ser noche, aunque Córdoba no haya sido nunca sitio de aglomeraciones, me sorprende siempre que la mayor parte del trayecto se haga sin apenas nadie. También poquita gente en el camino, eso ya no es tan normal.
Hay sitios centrados que en Córdoba casi siempre funcionan, claro, y acumulan a casi todos los que andan por ahí fuera, como la Corredera, por decir. Otros, sin saber muy bien por qué, se ponen de moda un tiempo y concentran a muchos mientras que dura y hasta que, otra vez sin saber, se desvanecen. Para llegar a esos puntos, o para salir de ellos, hay que atravesar otras calles hasta alcanzarlos o para dejarlos y en esos trozos, entonces, poquitos.
Pensaba yo dando uno de esos paseos que es bueno que Córdoba parezca tener la alegría de un pulso vivo cuando es sitio de referencia. Y que el tiempo este que nos viene es extraordinario para rendirlo y disfrutar ese latido y venderlo porque lo puede hacer y lo merece. Es disfrute nuestro y de quien nos visita. Y pensaba también que eso es más de lo que habitualmente esperamos de nosotros mismos. Pero si solo es lo del medio, pensaba también que no es bastante. A pesar del rancio que llevemos dentro, que se pueda molestar porque al despegar la primavera haga ruido el motor, hay que insistir para la primavera explote.
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