... O no

Rafael Díaz Vieito

Politiqueo

18 de diciembre 2016 - 02:32

Algún amigo me ha afeado que haya escrito que Albert Rivera es el político más sobrevalorado de la historia española reciente. Reconozco que afirmar que alguien es el más o mejor en algo puede constituir, salvo el caso de Leo Messi como indiscutible número uno del fútbol mundial -que solo mi hija Cristina se atreve a cuestionar en mi presencia- una injusticia, de modo que rectifico lo dicho: el líder de Ciudadanos es uno de los políticos más sobrevalorados de la historia reciente, quizá no el que más. Lo que nadie me podrá discutir es que, además de sobrevalorado, es un líder poco de fiar.

El gobierno del Partido Popular cometió, sin duda y como cualquier gobierno, algún que otro error, particularmente en el ámbito de la justicia, hasta el por todos celebrado cese del nefasto Gallardón, otro caso de manifiesta sobrevaloración mediática de un dirigente político. Pero al lado de esos inevitables errores, se desarrollaron medidas y aprobaron normas de indudable éxito, muchas de ellas de marcado carácter social y de protección del débil. Parte de la izquierda repite una y otra vez lo contrario, faltando gravemente a la verdad: cosas de la política.

Entre todas esas medidas, y reconociendo la impresionante labor de Luis de Guindos, hay amplio consenso en considerar la denominada reforma laboral impulsada por la ministra Báñez como piedra angular y motor del inicio de la recuperación económica y del fin de la crisis. Pues bien, los obedientes, y en este caso lanares, diputados de Ciudadanos, ante una proposición de la izquierda dirigida a conseguir la derogación de dicha reforma se han abstenido. No han defendido ni las bondades técnicas de la misma, lo cual no es criticable porque muchos de ellos probablemente no se la hayan leído, ni, y esto sí es grave, las evidentes consecuencias positivas para la economía española y, sobre todo, para esas tres millones de personas que han encontrado trabajo desde su aprobación.

Que no tenían modelo alternativo era obvio, más allá de tres vaguedades biensonantes, pero hasta esta semana creía, iluso de mí, que en cuestiones sensibles como ésta procurarían no estorbar ni colaborar en la demolición de lo que ha demostrado su utilidad para tantos. Una vez estaba equivocado: de nuevo, el politiqueo por delante del interés general. Esa parece ser la esencia política de Rivera.

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