Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
ME lo he pasado de lujo en la Velá de este año, pero bien de verdad, no se pueden imaginar cuánto, que hemos echado unos ratos la mar de buenos, y eso que hemos pasado calor para parar siete trenes, que yo no recuerdo un mes de septiembre como éste. Tampoco está mal, que luego nos pasamos todo el invierno llamando al verano. Pues que nos dure, que por mí encantado.
Si tengo ganas de que llegue el otoño, y lo digo con la boca llena, porque es la realidad, es porque comience la temporada de peroles, que el día de San Rafael es cuando suena la campana, aunque los del barrio nos estrenamos en el puente del Pilar, que también es una fecha muy buena, si ya la temperatura es otra. Porque si sigue como hasta ahora no hay ni que encender la candela, que con poner la carne al sol se te hace en un periquete. Calor pasamos en la Velá, es cierto, pero nos lo hemos pasado de miedo, también es verdad, que da gusto ir con Soraya a estas cosas. Porque yo no he conocido una mujer más cordobesa en toda mi vida, por los cuatro costados, hablando, en gestos, pero sobre todo en conocimiento, que se lo sabe todo, pero de principio a fin, hasta cosas que yo no sé, que ya es decir. Lo primero que hizo fue comprarse una campanita, que estuvo toda la noche llevando en la mano. Y empezó a contar historias de la Fuensanta, pero de las muy antiguas, de esas que ni sabe Marcelino Ferrero, de esas que nos contaban nuestros abuelos cuando éramos unos nenes y la verdad es que daba gusto escucharla, que tiene una manera muy bonita de contar las cosas.
En una de éstas, cuando estábamos más contentitos, y no se vayan a creer que bebimos más de la cuenta, aproveché para leerle el poema que le había escrito mi amigo el rapsoda, y no se pueden imaginar ustedes la cara que se le quedó. Pasmada, pero pasmada, que se le pusieron los ojos como platos, y no estoy exagerando en nada, pero en nada. Cuando acabé de leer, Soraya no sabía si pegarme un guantazo, un beso o salir corriendo, o eso creí ver yo. Se quedó callada un rato, y mirando para abajo, y después me dio un abrazo muy apretado, de esos que te duelen las costillas. La verdad es que me quedé un poco alucinado, sin saber qué responder, que ya saben ustedes que yo no soy experto en estas cosas. O sea, que me quedé como un pasmarote. Y luego, que yo no entiendo de mujeres, definitivamente, que no pasó nada de nada, de nada, que nos tomamos una cervecilla y cada uno para su casa, y hasta ahora. Yo creo que la poesía o la intención le gustó, pero todavía no sé cuánto, y no sé si me estoy explicando. Espero la semana que viene poder contarles algo más.
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