Los piratas son personajes curiosos e interesantes para muchos. Últimamente he estado en algunas fiestas infantiles, cumpleaños temáticos en las que he comprobado que, superadas las princesas Disney, los piratas están de moda. Sujetos atractivos que resultan simpáticos y, junto al punto pícaro, tienen una estética que, a una edad, resulta fascinante. Parches en el ojo, banderas con calaveras, patas de palo y, en el rincón de padres y madres, hasta la botella de ron.

Se les intuye astutos, parece que se lo pasan muy bien, descubren tesoros, se ríen y se divierten. Lo del saqueo, hay una etapa en la que no trasciende pero más allá de lo desenfadado de aquellos granujas tatuados, conviene recordar que la piratería, no deja de ser una práctica de saqueo organizado, roban y el afán de lucro es la esencia del pirata.

Teniendo presente esos datos y ahora que Amenábar nos los ha traído con la serie La Fortuna, el concepto da mucho en lo que pensar y es fácil descubrir que, más allá del parche en el ojo, la pata de palo y el barco en cuyo mástil más alto ondea la calavera, ni siempre ni todos andan bebiendo necesariamente ron en el Caribe, que algunos los tenemos muy cerca, personajes contemporáneos que nos rodean sin necesidad de embarcación para afanarse en el saqueo.

Mi profesión o la suya y, de manera evidente, la política, son terreno abonado para el filibusterismo. No hay que caer en el lugar común del todos son iguales, por supuesto. No lo son. Los hay buenos, regulares, malos y malísimos, aunque por desgracia, últimamente, abunden estos últimos. Coincidimos con compañeros piratas y numerosos piratas nos gobiernan, cada uno con una técnica filibustera distinta. Los hay que sofocan cualquier conato de crítica de la tripulación con el ejercicio despótico del poder, solo cabe su incuestionable ruta de navegación. Los hay que alardean de su poder, con su pompa y sus fotos mesiánicas. Los hay que se rodean de una marinería mediocre con el único fin de resultar más presentables. Los hay que hacen todo lo anterior. Piratas banqueros, abogados, funcionarios y políticos, que piensan en ellos y en lo que atesorar mientras manejan el timón de un barco que, olvidan, no es solo suyo.

Los hay sin camisetas de rayas, con corbatas y buena presencia, con sillón grande y mejor nómina, pero igual de piratas y con un peligroso afán de lucro. Atentos a ellos, pongamos a salvo nuestra embarcación y la fortuna o el valor que nos costó atesorar, porque no duden que los hay, que están cerca. Ojo avizor.

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