Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Pequeños accionistas

En estos tórridos días, la factura de electricidad pone encima de la mesa la capacidad de los hogares para afrontar el consumo de aire acondicionado. De forma natural, la gente señala a las "energéticas" como grandes beneficiadas en este estado de cosas, inducido en buena parte por la guerra de Ucrania, y en mala parte por la codicia de quienes aprovechan los trenes baratos -es un decir- para encarecer más de la cuenta sus productos y servicios, y hacer caja ventajista. "El último, que pague la luz". No creo que ésta sea la estrategia de Endesa, Iberdrola y demás operadores eléctricos, cuya dimensión y valor no aconsejan una imagen pública especulativa en tiempos de incertidumbre extrema. Son compañías que están vinculadas al ahorro de las personas normales, un hecho que suele ignorarse al identificar a quiénes son víctimas, y quiénes verdugos en este estado de cosas. De forma ligera y algo maniquea.

Iberdrola tiene medio millón de "pequeños accionistas"; Endesa cuenta con 859.000 propietarios en total: no todos son ricos de chistera, habano y panza prominente. No serán, pues, los titulares del llamado "capitalismo popular" quienes exijan un hachazo fiscal a estas compañías: sus dividendos les importan. En una tierra que adolece -más, el sur- de un insuficiente ahorro privado, no todos tienen sus ahorros metidos en los ladrillos que habitan o rentabilizan. Otro dato de otro sector señalado, la banca: Banco Santander tiene 4,5 millones de pequeños accionistas (no son Anapatricias, sino gente corriente que tiene un peso nulo en las juntas generales y las decisiones de la empresa).

Ante la contracción presupuestaria que llega, Italia y el Reino Unido han emitido leyes para gravar los beneficios "extraordinarios" -qué es eso, no lo sabemos bien- de las energéticas. Hablamos de países regidos por Draghi y Boris Johnson, nada sospechosos de populistas o socialistas. Nuestro Gobierno se propone abundar en esa línea ante el panorama inquietante que afrontaremos después de "el último verano", previo a un otoño de 2022 que todos parecen considerar dantesco. Nada carece de consecuencias, tampoco una contribución extra -¿de simple justicia social?, cada uno que valore- del negocio de las grandes, que tienen una buena parte de su mercado en nuestro país, a las duras y las maduras. Pero ignoramos por sistema que sus resultados afectan a más de diez millones de españoles, que, cabe reiterar, no son ricachos, sino ahorradores de infantería. A ellos no interesa el castigo a las grandes.

Para juzgar con mejor fundamento, no sobra ningún elemento de juicio.

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