En el parque temático de la política española destaca la montaña rusa. A velocidad de vértigo unos partidos suben y otros bajan. La semana empezó gloriosa para el PP y termina dolorosa. Iba Casado a toda mecha camino de Colón, oteando al fondo La Moncloa, alentado por el rechazo a los indultos que el Gobierno dará a los sediciosos catalanes, y propulsado por la victoria madrileña de Ayuso, cuando reapareció el fantasma de la corrupción de su partido. El presidente popular se resiste como gato panza arriba a hablar del caso Kitchen, el reciente watergate doméstico de la era Rajoy: el presunto intento de borrar desde las cloacas del poder el rastro de una corrupción antigua del partido gobernante. Peor para él. Los demás no paran de hablar de la imputación de María Dolores Cospedal, la secretaria general de la que fue vicesecretario, amiga y aliada imprescindible para su victoria en las primarias del PP.

Entretanto, Sánchez ha encontrado respiro en la desdicha de su adversario. El presidente empezó la semana debajo de agua, pero ha sacado la cabeza y hasta ha hecho un viaje internacional con su secretaria de Estado González Laya. Sánchez tiene un director general de Consumo al que llama ministro y esta secretaria de Estado a la que da tratamiento de ministra. También dispone de titulares criticados en Interior y Seguridad Social, o desaparecidos como los de Universidades y Ciencia, una suplente en Sanidad incapaz de mínimos consensos... Y, sobre todos, el presidente se ha oxidado en sus tres años en la Moncloa. El tam tam del parque temático anuncia remodelación ministerial para después de los indultos de julio y antes del congreso socialista de octubre. Dicen que habrá menos carteras y gente con más peso político. La realidad es que Pedro soltará lastre para mejorar su maltrecha imagen.

Por su parte, Casado está incómodo. El papel de don Tancredo le salía mejor a Rajoy. El jueves cuando unos correligionarios abroncaron a dos periodistas en Ceuta que preguntaban por Cospedal, no se le ocurrió otra cosa que decir que estaba "de acuerdo con esos caballeros". Doble error. Primero, debió defender el derecho a preguntar de redactoras convocadas a una rueda de prensa, con independencia de que no quisiera contestar. Habría quedado como dios, pero quedó como Abascal, que perpetró en Sevilla un atropello semejante. Y en segundo lugar, aquellos maleducados eran cualquier cosa menos unos caballeros. El presidente del PP no conseguirá ignorar el caso Kitchen: podrá aducir que los papeles de Bárcenas, la caja B, los sobresueldos, los pagos en negro, Gürtel y los maletines son cosas lejanas. Pero el presunto intento de destruir pruebas de financiación ilegal por una policía paralela ocurrió durante el gobierno popular que estuvo en funciones hasta hace tres años. Pablo tendrá que abandonar la montaña rusa y dar la cara. O quizá imitar a Sánchez y soltar lastre.

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