Panorama sombrío

editorial

07 de agosto 2011 - 01:00

LA economía española no se desprende de su anemia y anda muy lejos de coger músculo. Demasiado lejos. Está más preocupada en no recaer, lo que ya la acercaría al drama, cuando no a la tragedia. La subida experimentada por el Producto Interior Bruto (PIB) en el segundo trimestre del año en un 0,2%, según la estimación del Banco de España, lejos de insuflar oxígeno ha encendido más señales de alarma sobre el agravamiento de su asma, porque refleja una décima menos que la alcanzada por el PIB en el primer trimestre y sitúa la tasa interanual en el 0,7%. El Gobierno mira a la enferma e insiste en su previsión del 1,3% a finales de año. Los datos no acompañan, desde luego, a confiar en esos cálculos gubernamentales; antes al contrario, se desvanecen las esperanzas en alcanzar esa cifra. Han sido el escaso consumo en el seno de los hogares y la limitada inversión empresarial hechos clave para este avance a cámara lenta de la economía nacional, lastrada además por un hecho que debilita aún más la situación, ya de por sí crítica: ese proceso de recapitalización de las entidades financieras que no termina y el sobrepeso del sector inmobiliario, todavía, en sus balances. Y a todo ello hay que sumar las repercusiones de la crisis en en los mercados de deuda soberana. Las noticias llegadas ayer desde el otro lado del Atlántico, procedentes de la mayor potencia económica del planeta, sólo invitaban al desaliento: la agencia de calificación crediticia Standard & Poor's rebajaba la calificación de riesgo de la deuda de Estados Unidos por primera vez en la historia al pasarla de la triple A (AAA), la máxima, a un escalón menos (AA+). La nota de S&P está motivada porque la consolidación fiscal acordada por el Congreso estadounidense y la Administración de Barack Obama "se queda corta". Y esto último parece un desgraciado denominador común, además de la demora con que se afrontan, en las reformas emprendidas por los gobiernos de uno u otro signo a la hora de hacer todo lo posible por yugular la hemorragia financiera. No ha habido ni rapidez ni contundencia, lo que la Unión Europea no deja de demandar a sus socios. En España, la sombra de la incertidumbre se hace más densa con cada cifra. La recuperación, tan necesaria, tan urgente, no va más allá del ralentí de un motor atorado. No arranca, y sólo parece ofrecer un panorama gris oscuro que nadie es capaz de teñir de verde. Como aquellos brotes, ya mustios.

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