Desde la ribera

Luis J. Pérez-Bustamante

Pan y circo

DOS meses y medio después de que Ruth y José desaparecieran, según su padre, en el Parque Cruz Conde la cobertura que rodea al caso comienza a dar miedo. Mientras la Policía y el juez mantienen el mutismo y trabajan en dar con los pequeños de 6 y 2 años, en las últimas semanas hemos visto cómo las estrategias de desinformación pública sobre el caso han ido en aumento. Con alarmante facilidad, rumores, comentarios de barra de bar, declaraciones intencionadas y tergiversaciones aún más intencionadas, han ganado lugar en determinados medios -principalmente en la televisión-, creando una sensación permanente de acusación y desprestigio alejada del más mínimo rigor y la más mínima ética profesional.

El caso de Ruth y José es de esos que conmueven el alma de todo aquel que la tenga. Dos pequeños que desaparecen de la faz de la tierra y dejan un vacío irrellenable en el corazón de sus familiares. Es la pesadilla que nadie querría vivir. Toda la solidaridad y todo el apoyo a las familias, materna y paterna, que sufren desde el pasado 8 de octubre el paso de las horas. Sin culpabilidades, sin acusaciones. Sólo con los hechos. Ruth Ortiz está derrotada en Huelva. Con sus padres, sus hermanos, primos y demás familiares. Aquí, en Córdoba, los abuelos paternos, los tíos y los amigos también pasan lo suyo. En Alcolea, no sabemos si al margen de todo, mejor o peor, José Bretón permanece inalterable en su versión de los hechos. Los niños se le perdieron. Él se despistó. El juez, vista la decisión que ha tomado, no se lo cree. La Policía tampoco. La ciudadanía apunta a una intencionalidad y no quiere ni pensar en el peor de los desenlaces. Están vivos, pero no se sabe dónde.

Estos son los hechos. Claros y concisos. Ahora viene la basura. La proliferación de supuestos expertos dando claves que sólo ellos conocen; diciendo un día una cosa y al siguiente la contraria; desvelando secretos inconfesables e inconfesados; diciéndole a la cara malignidades a los implicados un día sí y otro también. Es la dictadura de las cámaras. La conciencia de que en el imaginario colectivo todo lo que se diga sobre este caso vende. Da igual que sea cierto o no. (Los periódicos tampoco salen libres. Esta semana hay quien ha puesto a los niños en manos de la Interpol sin ningún tipo de reparo).

La televisión se lo traga todo. Incluidas las estrategias de un abogado al que le gusta sólo la tele, consciente de que la prensa pregunta de otra manera, duda y, sobre todo, es memoria escrita. El circo vuelve a girar, sin recuerdo de errores pasados. Porque mientras los niños están perdidos lo importante parece ser que no decaiga el share. A cualquier precio. Pan y circo.

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