Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Podemos puede?
Quousque tandem
Como decían nuestros abuelos, un noviazgo y un matrimonio están separados por los papeles. Que ya cantaba doña Concha Piquer aquello de “yo soy la otra, la otra y a nada tengo derecho, porque no llevo un anillo, con una fecha por dentro”. Y del mismo modo, la diferencia entre una pandilla de amigos o un grupo de personas con intereses comunes y una asociación de cualquier tipo o, más aún, una sociedad mercantil pasa por el notario. Que al fin y al cabo, compañía viene del latín cum panis, es decir, el conjunto de personas que se agrupan para compartir un mismo pan. Y cuando pasamos de poner un fondillo para irnos de vinos a constituir un capital social con el objetivo de afrontar un negocio, siempre es recomendable aumentar en uno los famosos seis amigos de Rudyard Kipling –Qué, Quién, Cuándo, Dónde, Cómo y Por qué– invitando a un señor tan exigente como Cuánto.
Llegar a un acuerdo de gobierno no es cuestión baladí. Es mucho más complejo que cualquier otro acuerdo. Hay que buscar puntos comunes entre ambas partes, limar las diferencias, renunciar a lo accesorio y, sobre todo, asumir que hay una finísima línea que separa la colaboración del minoritario con su chantaje al mayoritario. Y todo ello, pensando en las reacciones de los propios votantes. Por eso resulta curioso que tras el 28-M se hayan alcanzado pactos a velocidad de vértigo, más parecidos a un flechazo de película de sobremesa sabatina que a un proceso de negociación exigente. Y no es natural lo de sellar un pacto a la luz de la luna de junio cuando se trata de gobernar una comunidad autónoma durante una legislatura completa. Ya escribió Shakespeare que las palomas de Venus son diez veces más veloces en sellar un pacto de amor que en cumplir las promesas de fidelidad. Y la lealtad entre los socios es fundamental en la supervivencia de cualquier gobierno de coalición. A las pruebas me remito.
Todos sabemos que gobernar es pactar; pero pactar no es ceder. Ni se debe pedir, ni se puede conceder lo que no puede darse. Porque cuando se entrega se gana una legislatura de gobierno, pero se corre el riesgo de asegurarse varias en la oposición. Nos dijeron que el multipartidismo iba a terminar con los defectos del bipartidismo nacido en la Transición y que seríamos una especie de Escandinavia mediterránea a lo Borgen. Pero lo nuestro, en este caso, por las prisas y las formas está más cerca de la españolada casposa de los setenta.
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