Los resultados de las elecciones de ayer en Andalucía corroboran que la mayoría absoluta obtenida por el Partido Popular en las autonómicas de hace un año no fue un espejismo ni fruto exclusivo de la capacidad de liderazgo de Juanma Moreno. Todo lo contrario: en la región se ha producido un terremoto político que ha teñido de azul sus instituciones y que ha colocado al PSOE, durante cuatro décadas el partido que se confundía con el paisaje andaluz, en una situación de crisis identitaria de la que le va a costar mucho tiempo y trabajo recuperarse. Los ayuntamientos eran la última trinchera que le quedaba por conquistar al PP para aquilatar su posición de fuerza absolutamente hegemónica en la región. Ese objetivo está ya cumplido. La victoria en número de votos en el conjunto de Andalucía, su triunfo en las ocho capitales y su nivel de penetración en municipios grandes, medianos y pequeños, de los que había estado ausente durante décadas, dibujan un nuevo mapa político. Andalucía ha virado a la derecha en consonancia con lo que ha ocurrido en el conjunto de España. Sin duda, una parte de la nueva situación hay que apuntarla al deterioro político de Pedro Sánchez y la mala imagen que proyecta el Gobierno de coalición. Pero el mérito fundamental hay que anotárselo a las políticas moderadas y transversales que el PP ha aplicado desde la Junta de Andalucía desde que se produjo el cambio político en 2019.

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