Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Otoño cheyenne

Tiene más derechos una mascota que un nasciturus, hay más alma en la geología que en la biología

La película Campeonex, segunda entrega de Campeones, ha venido precedida de una impresionante campaña publicitaria. La factura de la primera, bajo la dirección de Javier Fesser, era impecable. La aportación de los protagonistas, que hacían de ellos mismos, resultaba impagable por el aire de frescura que abrían al cine español, que últimamente se nutre más de las escuelas de la televisión y de la fama que del teatro y se nota una barbaridad. Fue un éxito corroborado con los Goya en la gala del cine español.

Una aventura cinematográfica aparentemente encomiable que plantea no pocas dudas. Detrás de esos aplausos y parabienes, de ese circuito de los personajes por las radios y las televisiones, se esconde un punto de hipocresía que la segunda entrega no hace sino acrecentar. Vivimos un tiempo en el que una mascota tiene más derechos que un nasciturus, de tal forma que la acogida de Campeones no deja de ser una rareza antropológica. Basta la mínima alerta para que una vida se corte de cuajo. En las alarmas del cambio climático, se da por bueno que una erosión de centímetros anuncia fenómenos incalculables en un futuro incierto sobre el ecosistema y la supervivencia del planeta. De la misma forma, el hálito inicial de una vida, la semilla iniciática, es el primer peldaño de la escalera de una persona. Vemos más alma en la geología que en la biología. El alegato contra el aborto de manga ancha, indiscriminado, es un ecologismo de las personas, tan legítimo (o más) que el de las rocas, los desfiladeros y las tortugas. Pero aquí se discriminan esos indicios vehementes de vida, por decirlo con las hermosas palabras del libro de poemas de Ana Rosetti.

Se habla de Campeonex como una película de inclusión. Y uno ve todo lo contrario. Con algunos precedentes cinematográficos. Con esta natalidad a la carta totalmente decreciente, cada vez habrá menos niños down. Se les excluirá como si fueran el casting de una nueva versión de La parada de los monstruos (1932), de Tad Browning. John Ford había matado tantos indios en sus películas que como penitencia rodó El gran combate (1964) (basada en la novela Otoño Cheyenne), su último western, donde por cierto sale el indio Cuchillo sin Filo, que es padrino de estas columnas. Campeones no deja de ser un homenaje a los cientos, miles de no nacidos que nunca gozarán de aplausos y galardones. El estigma de los subcampeones. Evasión o Victoria (1981) es la mejor película de fútbol y la peor película de John Huston, con un Pelé crepuscular. Metáfora perfecta de este debate entre el deporte integrador y el exterminio silente, soterrado, excluyentemente inclusivo de los hijos que no tuvimos (Luis Eduardo Aute, Al alba).

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