Joaquín Pérez Azaústre

Orden de alejamiento

reloj de sol

09 de agosto 2011 - 01:00

UN hombre de 51 años mata a puñaladas a su mujer, y la vida se viste de verano. Tenemos la noticia del montón, de un montón de muertes apiladas en la sangre nefasta de la perduración. Si no estuviera gastado el título de García Márquez, deberíamos hablar de la crónica de una muerte anunciada: pero no la de la última víctima del terrorismo doméstico, no esta nueva mujer que ha muerto a cuchilladas en El Atazar, en Madrid, a pesar de la orden de alejamiento, sino la muerte anunciada de otras tantas mujeres que quizá lean esto, que seguramente han escuchado la noticia en la radio o en la televisión y han pensado que pronto, que mañana quizá, las protagonistas serán ellas.

El cuerpo ha aparecido este fin de semana, con heridas de corte, escondido entre arbustos y ramaje en un arbolado cerca del Hayedo de la Tejera Negra, en Guadalajara. En este caso, ha sido un hermano del propio sospechoso quien avisó a la Policía Local de Alcobendas: se encontraba intranquilo, porque no había conseguido dar con su ex cuñada durante veinticuatro horas y había llegado a temer que su hermano, con orden de alejamiento incluida, se la saltara para buscar a su antigua mujer. Cuando la Policía Judicial de San Agustín de Guadalix detuvo al denunciado y lo interrogó, comprobó las contradicciones de su declaración; pero fue al confesar que tenía por costumbre desobedecer habitualmente su orden de alejamiento cuando fue detenido, por un delito de quebrantamiento de la orden de alejamiento. Poco después, en cuanto arrancó el dispositivo de búsqueda de su ex mujer, fue él mismo quien llevó a los agentes hasta el ramaje bajo el que se encontró su cuerpo, ya sin vida. Luego se han producido varias declaraciones vecinales, tan leídas como las otras veces: porque siempre la gente se sorprende de tener al asesino en la acera de enfrente o en la misma escalera, de recordarlo casi el día anterior en la barra del bar, incluso acompañado por su víctima, con ese pacifismo que es la credencial de la sorpresa y ya es un lugar común. Llegaron no hace mucho, solían salir juntos y llevaban una vida más o menos normal, dicen; pero el hermano, que fue quien alertó a la Policía, sabía que de normal no tenía tanto.

No sabemos nada de lo que pudo haber sido, qué habría ocurrido si esa misma llamada se hubiera producido antes. Sí sabemos, en cambio, que el mismo hermano temía este desenlace, y que había una orden judicial de alejamiento. He hablado con alguna víctima de terrorismo doméstico y siempre he sacado la misma conclusión: que la orden de alejamiento, por sí misma, no garantiza nada. Antes o después, habrá que exigir al nuevo parlamento una nueva ley más consecuente, tan real como estas muertes.

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