Quousque tamdem

Luis Chacón

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Morir en Córdoba y en mayo

Nos dejó el Séneca contemporáneo que apostillaba que “vivir es estar muriendo y nada más”

Quiso siempre Antonio Gala que fuera su epitafio “Morí vivo” y quiso el destino que muriera en Córdoba y en mayo. Y nada haría más honor a un cordobés que se precie de ello. Mayo es Córdoba y Córdoba es mayo. Porque uno nace donde su santa madre se pone de parto y muere donde está cuando Dios le llama a su lado; que ninguno sabemos el día, ni la hora. Pero es de donde quiere ser. Porque estar es casual y transitorio. Pero ser es desear. Y los deseos son íntimas querencias del corazón y ser de Córdoba –en palabras del propio Gala– es una de las pocas cosas importantes que se pueden ser en este mundo.

Nos dejó el Séneca contemporáneo que apostillaba que “vivir es estar muriendo y nada más”, heredero de esa dinastía cordobesa y milenaria que se precia de Lucano, Maimónides, Averroes y Góngora; el dramaturgo exquisito, el columnista brillante, el fino poeta que adoraba Andalucía y lucía en el alma el orgullo del ser andaluz. Gala presumía de llamar a Córdoba su madre, a Granada su amante, a Sevilla su novia y a Málaga su enfermera. Fue su figura un compendio de señorío cordobés de atildada compostura, exquisitas formas y verbo fácil, ágil y brillante. La suya era una elegancia olvidada que atraía a quien se sentaba a escucharlo, porque era imposible tan solo oírlo. Captaban la atención sus palabras y sus silencios; su verbo florido, su sabiduría colosal y su cultura enciclopédica; su refinada ironía y su sarcasmo, tan distinguido como sus bastones. Los que decía que llevaba más por estática que por estética, pero eran el soporte de una refinada personalidad que se convirtió en leyenda.

Pero Gala fue también un intelectual comprometido. El guionista que atrajo a las masas a la historia con esas dos joyas que son Paisaje con figuras y Si las piedras hablaran, imposibles en la televisión de hoy. Y fue la voz, poderosa y mesurada del OTAN, NO. Siempre proclamó su socialismo a la vez que su aversión a pertenecer a un partido; quiso, y así lo manifestó siempre, reconocer lo bueno y criticar lo malo allá donde estuviera, sin partidismos sectarios. Nos dejó, porque la edad no perdona ni a los genios, un cordobés elegante y señorial, un andaluz preclaro y un español orgulloso, que supo pasear como pocos las callejas de la Judería. Pero nos queda, afortunadamente, su obra. Disfrutémosla de nuevo. Nadie muere del todo si se le recuerda y ningún autor, mientras tenga un lector agradecido.

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