En tránsito
Eduardo Jordá
Opositar
Mensaje en la botella
Han pasado ya dos años desde que la pandemia del coronavirus llegó a Córdoba. Lo que ha ocurrido en esta tierra -y en el planeta entero- en ese tiempo ha sido demoledor, hasta el punto de que era inimaginable el efecto devastador que tendría la enfermedad. Muy atrás queda cuando un solo positivo por covid-19 era portada en todos los medios y de cómo el posterior confinamiento nos impactó a toda la sociedad de forma extraordinaria. Contábamos el desastre económico y sanitario que se nos avecinaba y las distintas olas del coronavirus se iban superponiendo una sobre otra, mientras que las administraciones daban palos de ciego respecto a las medidas y restricciones necesarias para detener al virus.
Ahora parece -o se intuye- que todo eso ya pasó, pero no por ello debemos olvidar lo ocurrido. La memoria, esa palabra tan manoseada en los últimos años, debe abrirse paso frente a la epidemia, sobre todo para no caer en los mismos desaciertos del pasado. Y por muy fríos que parezcan, los números pueden ser la fórmula para que todo ese padecimiento no quede en nada. Y ese primer dato que todos debemos tener presente, por duro que sea, es el de los 1.307 cordobeses que hasta el pasado viernes habían fallecido a causa del covid-19. No podemos olvidarnos de ellos y de sus familias. Debemos tenerlos siempre presentes. A todo eso se suman las más de 6.700 personas que han tenido que ser hospitalizadas, así como los casi 140.000 contagiados anotados en la provincia. La cifra esperanzadora es que desde que llegó la primera vacuna se han administrado 1,8 millones de dosis y que la luz al final del túnel empieza a vislumbrarse.
Y aunque nos resulte extraño, la pandemia se ha ido extendiendo por el mundo sin que la vida se detenga. Porque en estos dos años hemos vivido elecciones que nadie preveía, han explosionado volcanes, ha habido crisis políticas de enorme magnitud y, para colmo, ha estallado una guerra en Europa con la que no contábamos. El sufrimiento de quienes se veían desprotegidos frente al virus ha quedado desplazado por las imágenes de los que huyen de la masacre, de los que sortean la muerte que en forma de bombardeo está asolando gran parte de Ucrania por el capricho y ansia de poder de un sátrapa como Vladimir Putin, al que el dolor del pueblo ucraniano y el de sus propios compatriotas le importa bien poco.
Se decía que de esta crisis sanitaria saldría una sociedad mejor, pero se ve que no. Repetimos los mismos errores, las calamidades naturales nos siguen azotando y las desigualdades -de eso sabemos mucho por aquí- se acrecientan. Las armas y la fuerza se imponen a la razón, mientras que quienes podrían detener la barbarie se siguen mostrando timoratos en su decisiones. Escribía García Márquez que "recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón". Tomemos nota.
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