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AHORA se cumple el décimo aniversario del fallecimiento de Joaquín Martínez Bjorkman, una figura fundamental en la historia reciente de la ciudad. Su presencia en la vida pública cordobesa era fundamental al imprimir en sus actuaciones unos valores -discutibles o no- que por desgracia han quedado marginados por quienes hoy se dedican a esto. Joaquín se inició en las únicas parcelas en las que podía en aquellos difíciles años y tanto el movimiento vecinal como su despacho de abogado fueron el germen de una generación que implantó una personalidad concreta a la manera de hacer política. Él fue el senador por excelencia de Córdoba, puesto que no sólo defendía los intereses de la provincia en la Cámara Alta, sino que también se pateaba su territorio día a día y estaba presente en todos los actos, desde los más importantes hasta los más insignificantes. Vamos, que sudaba la camiseta. Su mayor orgullo fue imprimir su firma a la Constitución Española, surgida de un consenso que ahora se cuestiona y que él defendería, seguro, desde la soledad numantina que mantenía en muchos de sus planteamientos, algo que engrandecía su figura a la vista de los demás. Martínez Bjorkman se murió hace ahora diez años con la gran espina clavada de ver cómo el PSOE, al que había dedicado su vida, le trataba con ingratitud. Los futuribles no son correctos, pero qué pensaría Joaquín de lo que ahora ocurre en su partido. La historia se repite.
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