La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Mal venido seas, cambio horario

Hoy dan un empujón traidor al melancólico, pero por lo menos pausado, avance de la noche desde agosto

Hoy le dan facilidades a la noche para comerse una hora de luz. Un cambio estúpido cuyos beneficios son desmentidos por los expertos. Un empujón traidor al melancólico, pero por lo menos pausado, avance de la noche desde agosto. Un cambio consumado con nocturnidad, mientras dormimos, por el que esta tarde perderemos de golpe una hora de luz que ganará la noche. Y esta, por mucha poesía y canciones que le echen, es tan triste como desabrida es la madrugada y melancólico el atardecer, mientras el día es alegre, el medio día acogedor y el amanecer feliz.

Pocos han descrito mejor la opresión de la noche que Proust en el inicio de Por el camino de Swan, de cuya publicación se cumplirán 110 años el próximo 14 de noviembre. La tristeza y la mala salud son los mejores barómetros para medir la angustiosa presión de las madrugadas en ansiosa espera del amanecer. Y el Proust que a partir de 1907 se encerró para escribir estas palabras estaba familiarizado con ambas tras la muerte de su madre y el deterioro de su frágil salud: “Pronto serían las doce. Este es el momento en que el enfermo que tuvo que salir de viaje y acostarse en una fonda desconocida, se despierta, sobrecogido por un dolor, y siente alegría al ver una rayita de luz por debajo de la puerta. ¡Qué gozo! Es de día ya. Dentro de un momento los criados se levantarán, podrá llamar, vendrán a darle alivio. Y la esperanza de ser confortado le da valor para sufrir. Sí, ya le parece que oye pasos, pasos que se acercan, que después se van alejando. La rayita de luz que asomaba por debajo de la puerta ya no existe. Es medianoche: acaban de apagar el gas, se marchó el último criado, y habrá que estarse la noche entera sufriendo sin remedio”.

No crean que estas son cosas sin importancia. Que el existencialismo naciera en Alemania y Dinamarca no es casual. Es hijo de los días y los veranos cortos y las noches y los inviernos largos. Como tampoco es casual que la luz de su infancia argelina redimiera a Camus de la desesperación existencialista: “El recuerdo de este cielo no me había abandonado nunca. Era él quien me había impedido perder la esperanza... ¡Oh, luz!, ése es el grito de todos los personajes enfrentados, en el drama antiguo, a su destino. Ese último recurso era también el nuestro y ahora yo lo sabía. En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible”. Mal venido seas, cambio de hora.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios