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Al finalizar las dos grandes guerras del siglo XX -emprendidas, en las dos ocasiones, por nacionalismos tan ambiciosos como fanáticos- se difundió entre los intelectuales europeos una "toma de conciencia" para que tal locura no se repitiera. La depresión causada ante la crueldad que en todo hombre habita -y que cualquier "banalidad" (como dijo Arendt) puede despertar- creó una nueva movilización. Esta vez, por fortuna, ideológica y ética, y fue más allá de promover una actitud pacifista. Desde rincones destrozados y hundidos por la guerra surgieron voces dispuestas a configurar otra idea de Europa, basada en expectativas capaces de ilusionar, con un proyecto común, a ciudadanos europeos antes enfrentados. Esa voluntad constructiva ha sido una de las aventuras más valiosas del pensamiento europeo. Fueron, en principio, plumas aisladas, instintivas, sin apenas organización, sin pretender un plan, pero crearon un modelo de conciencia y de propuestas. Escritores y pensadores se sintieron obligados a participar en esa convocatoria. Cobró cuerpo la idea de reclamar una Europa unida, forjada a partir de una memoria selectiva, que desterrara los principios que habían provocado los recientes horrores, e impusiera como valores manifiestamente europeos los propios de una sociedad culta, democrática, libre e igualitaria. Desde esta perspectiva una comunidad geográfica y política tenía sentido porque también la avalaba una cultura común. Se creó así una cadena viva de reflexiones, de libros, a cuya llamada y compromiso acudieron cientos y cientos de intelectuales europeos. En todos esos títulos, rondaban matices personales y distintos, pero con su conjunto se pudo erigir una fortaleza -una idea de Europa- sólida y bien trabada. Una fortaleza en la que ningún libro se había convertido en determinante, ninguno era definitivo, pero todos necesarios como muestras de una nueva voluntad de convivencia. Pero estos intelectuales que se habían dedicado con entusiasmo a pensar dejaron, como es habitual, la construcción del andamiaje institucional en manos de los que cuentan con experiencia y ambición para ello. Es decir, en manos de los mercaderes del templo. Así crearon cada vez más organismos y comisiones de lo que se consideraba prioritario. Y eso, el marcado, es lo que ha prevalecido. Mientras tanto, se evaporaban, olvidadas, las ideas solidarias alimentadas por tantos y tan buenos libros. En estos días se ha hecho aún más evidente que los mercaderes expulsan cada día más los libros -y sus viejas ideas sobre Europa- de sus centros de decisiones. ¡Qué esfuerzo tan inútil haber escrito tanto!
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