18 de septiembre 2023 - 00:00

No es un error, es un apellido. Pero el hecho es que permite vender la marca de trozos de brillantez. Hoy, una singular: Manuel Lamarca Rosales, el cineasta; Manolo Lamarca, mi amigo.

Conozco a Manolo desde hará casi treinta años cuando empezábamos a introducirnos en la cabeza parcelas de Derecho. A mí me estalló y me dediqué al ejercicio. A Manolo sus musas le llevaron por otro camino. A pesar de su sólida formación jurídica, Lamarca decidió fortalecer su verdadera pasión con el estudio académico y fue uno de los primeros en el país en adornar su currículum con la carrera de cine. Manolo, con independencia de diplomas, desde chico rodaba piezas en ocho que fueron cortos. Recuerdo aparecer fugazmente en uno de ellos, porteando una caja de cervezas, mientras que los que sabían del tema lo protagonizaban. Ya desde entonces, Manolo desparrama, a veces extrañamente, como todos los genios, su pasión.

Día de Facultad, La chica, cortos de los últimos noventa, ¡agárrense!, mudos; el reconocido largometraje documental Dentro del cine; el absolutamente creativo Sinfonía breve de una ciudad; y sus libros, plagados de detalles del rigor docente que Manolo cubre además como profesor, El cine de Alberto Rodríguez. Conversaciones, Jerry Lewis, el día en el que el cómico filmó (su tesis doctoral), junto con Conversaciones con cineastas españoles o Cómo crear una película. Anatomía de una profesión, coescritos con sus colegas Gavilán y Valenzuela, respectivamente, lo han traído hasta aquí.

Hasta aquí es que Lamarca será la leche esta semana. Manolo ganó el prestigioso premio al mejor documental en el Pacific Film Festival, en Canadá, con su última cinta (como todas, autofinanciada, concienzudamente hecha a pulmón): Guerra, Alfonso: el hombre detrás del político. Alfonso y Manolo, a los grandes por su nombre, han escrito con el soporte documental de las horas de grabación de esa película el libro La rosa y las espinas. El hombre detrás del político, Esfera de los Libros, que esta semana Felipe va a presentar en Madrid. O sea, Felipe y Alfonso. Y Manolo. Ahora. En este preciso momento. Comparen. Busquen a dos tipos que hagan cosas importantes y a otro que las sepa contar con la palabra y con la imagen y no dimitan.

En estos tiempos de chapa y pintura, de barniz en una puerta, de inmediatez y suerte, reconforta que el trabajo maduro, el esfuerzo que la creatividad no oculta, tengan premio. El punto artesano, arriesgado e incomprendido en ocasiones, del gran Lamarca no eclipsará el previsible trallazo que los dos titanes reserven a cualquier tahúr del Manzanares, pero estará ahí, en los cimientos de una obra que permanecerá. Y, al día siguiente, Manolo dará sus clases y, en un cuaderno discreto, Lamarca dará pasión a una idea nueva. Cuando se lo crucen en la calle, siéntanse orgullosos: son vecinos de un tío grande. Yo ya lo sabía.

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