Jornada de reflexión

Los políticos nos hacen creer que nos mejoran la vida, y nosotros les hacemos creer que nos lo creemos

L A política se basa en un doble engaño: los políticos nos hacen creer que pueden hacer grandes cosas para mejorarnos la vida, y nosotros les correspondemos haciéndoles creer que nos lo creemos, y por eso votamos cada cuatro años y aceptamos sus privilegios, que son muchos. Pero todo es un engaño que de algún modo nos complace porque hay engaños que nos permiten aceptar la realidad mucho mejor que las ásperas mentiras. El engaño, sobre todo, de que nuestra vida mejorará si gobierna X en vez de Y.

Pero en un país de la Unión Europea la política puede cambiar muy pocas cosas, aparte de introducir algunas reformas puntuales -urbanísticas, fiscales, laborales-, porque las líneas maestras no dependen ya de los estados nacionales sino que se deciden en Bruselas. Las cifras macroeconómicas lo dominan todo, y por mucho que un gobierno concreto quiera cambiar las cosas -en materia fiscal o laboral-, la Unión Europea se lo va a poner muy difícil. Y más si es un país como el nuestro -que debe el 100% de su PIB-, ya que una gran parte de su presupuesto se tiene que dedicar a pagar los terribles intereses de la deuda. No hay mucho más que hacer, a menos que elijamos ser antisistema y optar por salirnos de la Unión Europea -como la extrema derecha populista-; de lo contrario, el margen de maniobra es muy limitado.

Cuando digo esto no estoy desacreditando el sistema. Fuera de este sistema, las únicas alternativas son un estado autoritario gobernado por políticos mafiosos, como en Rusia, o una dictadura que esclaviza a la clase obrera mientras enarbola cínicamente la bandera de la clase obrera -como en China-, o bien un desastre sin paliativos como la Venezuela de los delirios marxistoides, o bien los desastres neoliberales de Honduras y El Salvador. Para vivir dignamente sólo existe la Unión Europea, tan despreciada por los que no aguantarían dos días viviendo en cualquier otro sitio.

Claro que hay muchas cosas que no nos gustan. El empobrecimiento de la clase media, los salarios ridículos, la precariedad: todo eso nos llena de desesperanza. Pero es muy difícil que estas cosas cambien sea quien sea el que gobierne. Lo único que se puede pedir es cierta racionalidad, cierto decoro en el manejo del dinero público, cierta inteligencia estratégica. Y muy poco más. Es triste decirlo, pero así son las cosas.

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