Alto y claro
José Antonio Carrizosa
El desencanto
Me levanto antes de que alumbre el día para tratar las cosas que luego sé que no voy a poder hacer y que me interesan bastante más que las que después estarán en la agenda. Conozco la moda nueva que cunde un poco (menos de lo que se dice, por cierto) para representar un modelo de vida altamente eficiente al madrugar. Verdaderamente me da igual. No sigo modas porque no soy moderno. Me levanto temprano toda la semana desde que me acuerdo porque me gusta estar solo, estudiando, escribiendo o caminando, en esas horitas que, al revés de lo que se dice, son tan tempranas que ya sé que es tarde.
Practico también el escapismo. Vamos, que me voy. Desde hace años, todos los que tengo, me parece, antes como paquete y ya muchos como correo consciente, cuando llega el parón, me fugo. Si estuviera solo, me fugaría de la misma manera, pero tengo que reconocer que mi mundo sería completamente distinto si no hubiese contagiado a los míos las ganas de quebrar lo que normalmente hacemos para perdernos en cualquier parte que llene de imágenes y experiencias nuestra memoria. Lo de madrugar tanto no se les ha pegado, por fortuna. Así, mezclando esas dos pasiones comunes por simples, puedo conseguir un objetivo que nunca planifiqué: tener algo más de un par de horas largas cada día donde la fuga es doble porque me he escapado del resto y logro escaparme hasta de mí.
Hay veces que madrugar me sirve mucho para afinar las ideas que nutrirán cualquier compromiso que tenga para escribir o hablar de vete tú a saber qué; otras, invierto el rato en estudiar, leyendo a Fulano o a Mengana (muchos fulanos, muchas menganas), y saco notas que aspiran a transformarse algún día en la tesis de este Zutano, ansioso y sentimental, pero más terco que un mulo. Cuando madrugo escandalosamente durante la fuga liberadora que me ubica para el resto del año, aprovecho para repasar la memoria cercana de la jornada anterior y fijar la experiencia en un cuaderno de esos de los míos, donde letras irregulares con pluma de trazo muy grueso dejan constancia privada de esa impresión primera y única porque, igual que el tiempo, yo repaso poco. Pero, con mucho, lo más importante es que la franja chula de estos maitines voluntarios es siempre mi antídoto contra la dispersión.
Este año he hecho lo mismo y en esta fuga lo haré igual. Pero sé que esta vez he cubierto otra etapa y, en la frenada de la dispersión que ordeno, comprendo que, aunque a esas horas no ha empezado casi nada, todo está por cambiar.
Por si acaso, tú no te vayas sin mí, que esto, la dispersión y su orden, solo cobran sentido contigo. Madrugar solo vale, pero escaparnos, y volver si no hay más remedio, los dos, que así es como nos sale el sol. Y para los demás, cuando alumbre, ya se sabe, si se quiere otra vez, nos leemos.
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