Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Independentismo islámico

El 'comunitarismo' musulmán francés pretende segregar poblaciones en las que sus fieles son mayoría

En la Bretaña francesa, el nacionalismo se ostenta sutilmente. En el castillo de la fenomenal Saint-Malo, ciudadela que inspiró el poblado de Astérix, ondean las banderas de la propia Saint-Malo, de Bretaña, de Francia y de la Unión Europea. Todas al mismo nivel. ¿Todas? ¡No!, unos pocos metros más arriba se enseñorea, de nuevo, la del propio Saint-Malo. Sus habitantes pasan por ser más malouins que bretones, más bretones que franceses, aunque el visitante no percibe el odio ni la exclusión -excluir para afirmarse: "No soy yo, soy la negación de ti"-. El nacionalismo bretón está acolchado por siglos de ser tierra de frontera con la otra Bretaña, la grande, de comercio jugoso no ajeno al contrabandeo. De hecho, un maravilloso camino rodea la nariz continental que es la región, el Sendero de los Aduaneros, a lo largo del cual se vigilaba que nada -tampoco lo ilegal- quedara fuera del control regional, que tenía sus propias estructuras de poder. Una especie de fuero que enriqueció a esa tierra y ablandó el segregacionismo. Con todo, Francia le ha enseñado la matrícula institucionalmente al mundo, no sólo a su zaguán prepirenaico con forma de piel de toro. El país de los galos también cuenta con un nacionalismo corso, beligerante y otrora armado. Una italianizante mafia vinculada a los grupos terroristas desacreditó cualquier apoyo internacional a su causa.

Surge un nuevo movimiento independentista en Francia, producto de un crisol de colonialismo, eclosión industrial, gigantismo urbano, además de la falta de integración de las minorías -ya no lo son- raciales africanas y, sobre todo, musulmanas, reticentes en buena medida a una verdadera asimilación social y cultural; distancia sociológica a la que contribuye mucho la marginación simbolizada en los banlieus, y por supuesto la automarginación de un islam que retoma la sharia y su espíritu más antioccidental. Siendo Francia un país laico, quizá el país laico por antonomasia. Ahora surge allí un movimiento comunitarista islámico que se da en llamar separatista: barrios y territorios que quieren imponer sus propias leyes basadas en sus costumbres cada vez más arraigadas (¿o es mejor decir desarraigadas?). Macron tiene un problema: y no sólo él. Pero Macron no es un relativista, sino un presidente de la República, y advierte de que será inflexible en el cumplimiento de sus leyes. No de las de otros. A los que, por cierto, se acerca, sin complejos y sin intercambio táctico de estampitas con quienes no quieren al país en que viven. Una actitud realmente envidiable.

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