Tras un embarazo duro-durísimo, nació mi hija Berta. Justo al nacer informaron a su padre de que la niña había nacido con una malformación incompatible con la vida, llamada Atresia de Esófago. Esto le impedía tragar, llevar el alimento hasta el estómago, ya que el esófago no estaba unido a aquél. Eso tiene una incidencia de uno de cada 3.500 nacidos. Ante ese dato, la oxitocina debió hacer su efecto en mí y me planteé que no era imposible que nos tocara la lotería, que lo de las probabilidades, se nos daba fenómeno. Bertita, pequeña y prematura salió de aquella, la operaron a las pocas horas de nacer y tras una infinidad de complicaciones, y varios meses en nuestro hospital, nos la llevamos a casa. Si les soy sincera, mucho más asustados que contentos. Les miento. Absolutamente acojonados.

Aquella anécdota vital no quedó ahí. A los ocho meses, constataron que la fístula traqueoesofágica asociada a esta Atresia, se había vuelto a abrir. Para el abordaje de esa inoportuna, infrecuente y grave complicación, recuerdo charlas largas en nuestra habitación con nuestro cirujano, conversaciones y chateos con nuestro pediatra, paradas afables con nuestra neonatóloga por los pasillos y sonrisas confortantes de nuestra enfermera. Aquello era una putada -así, o algo más técnico nos lo trasladaron- no tenían certeza pero nos dieron todo el amparo y el consuelo del que disponían. Ante ello se sentaron con nosotros y decidieron. Se iban a atrever, y nosotros, confiamos y sentimos equipo en la experiencia que más soledad conlleva para unos padres. No se había hecho nunca en España, pero podía salir. No iban a volver a abrir la caja torácica de Bertita, lo abordarían por broncoscopia con un ácido (tricloroacético) para que esa fístula se cerrase. Ese día, neumólogos de nuestro otro hospital llegaron a la segunda planta de nuestro materno infantil, se metieron con nuestra hija en nuestra UCI y, triunfaron. Ellos, nosotros, la vida y la calidad de vida de nuestra pequeña -por ende la de toda mi familia-.

Esta experiencia nos ha puesto en contacto con una realidad dura y extrema, hemos perdido mucho tiempo por la sombra de la incertidumbre, el miedo. Frente a eso, nuestras batas blancas nos dieron lo mejor que tenían y lo que más necesitábamos. Amparo. Consuelo.

Lo nuestro, es la sanidad pública, el nuestro es el Hospital Universitario Reina Sofía, nuestro pediatra es el de Colón, los nuestros, son los cirujanos, los neúmologos, las neonatólogas y las enfermeras que trabajan para el sistema público de salud. Y ésto, es nuestra vida.

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