Humillación

De la necesaria revuelta contra el puritanismo del 68 hemos pasado a la apología de cualquier conducta sexual degradante

Lo que hicieron los bestias de la Manada en un portal de Pamplona es una práctica sexual -yo más bien la llamaría aberración- que tuvo su origen en el Japón feudal y que tenía como objeto castigar a las mujeres infieles. Es decir, se trataba de una forma de humillación ritual que pretendía demostrar la superioridad innata de los varones frente a las mujeres que incumplían las normas impuestas por esos mismos varones. Lo extraño del caso es que esta práctica -repito que para mí es una aberración- se ha introducido en las conductas sexuales de muchos jóvenes que la consideran "normal" y "divertida".

La pornografía, por supuesto, ha tenido mucho que ver en este fenómeno, y no hay que olvidar que la mayoría de jóvenes actuales -sobre todo, varones- consumen pornografía a través de los móviles desde que tienen doce o trece años (o incluso antes). En Magaluf, en Mallorca, hay pubs especializados en esta clase de prácticas, que tienen un gran éxito entre el turismo de borrachera. Asombrosamente, nadie ha protestado. Asombrosamente, nadie ha puesto el grito en el cielo. Y supongo que eso se debe a que lo consideramos una muestra de libertad sexual y de hedonismo juvenil en la que no podemos intervenir. Hacerlo, pensamos, sería comportarnos como histéricos reaccionarios.

Ahora que se cumplen los cincuenta años de Mayo del 68, sería bueno recordar que un movimiento político que tenía entre sus objetivos la liberación sexual -y bienvenida que fue en su momento- ha acabado sacralizando prácticas sexuales de humillación y de dominio contra las mujeres. Dicho de otro modo, de la necesaria revuelta contra el puritanismo autoritario de 1968 hemos pasado a la apología de cualquier conducta sexual por degradante que sea. Y nadie, por miedo a ser considerado reaccionario, se atreve a decir que hay prácticas sexuales que son en sí mismas una humillación intolerable contra la mujer, por mucho que se realicen con pleno consentimiento de los participantes (obviamente, no me refiero a lo que pasó en Pamplona, sino a lo que pasa continuamente en Magaluf y en otros lugares).

¿Debemos considerar que esas prácticas son aceptables? ¿Y hasta dónde puede llegar la libertad sexual cuando se basa en una práctica pensada en su momento -en el siglo VII, por más señas- para humillar y degradar a las mujeres?

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