Joaquín Pérez Azaústre

Hombres-anuncio

Reloj de sol

13 de octubre 2008 - 01:00

Cada vez que Nadal se desmelena, cada vez que bate la arena descansada de la pista, cada vez que vence a un adversario, poco después de quitarse la cinta y de arrojarla al público, se haya o no arrastrado por la tierra en su celebración, antes de saludar desde la red a todo el público, va hacia su bolsa de deporte, la abre y saca un reloj que se abrocha en la muñeca. Es entonces cuando Rafael Nadal, ya con el reloj de la marca que lo ha contratado como reclamo publicitario, puede saludar, y nos saluda, con ese brazo en alto que parece, más bien, el brazo Steve Reeves en pleno peplum.

Rafael Nadal recibió ayer, en Madrid, su Número 1 del mundo, pero iba impecablemente vestido con una americana y sin corbata. Cuando juega, sin embargo, luce una marca deportiva con la que también ha firmado un contrato de publicidad extensible a sus zapatillas de deporte, su ropa y sus raquetas. Ayer, entonces, y sin que sierva de precedente, vimos a Nadal sin marcas, pero a cambio estaba Alonso en los informativos de todas las televisiones, en plan irreductible, quizá reivindicándose a sí mismo, subido al capó de su Renault para demostrar al mundo hasta qué punto es posible llenar un mono de piloto con una infinidad de marcas comerciales, algo así como lo que hace David Meca cada vez que se lanza al agua a batir algún record, a medio ahogarse o a incordiarnos a todos con un aburrimiento en toda regla que tiene algo de heroico, pero también mucho de estéril. Sin embargo, a él no le ha resultado inútil, porque para empezar es hasta capaz de dibujarse, sobre su piel curtida por la sal, las marcas que él anuncia, con lo cual fue pionero en la incorporación de la publicidad de marcas deportivas y de todo tipo al cuerpo de los nadadores, como ahora hace Phelps.

En el ciclismo, la cosa está tan clara como en el fútbol y en el baloncesto, porque a la función de patrocinador que cumplen estas marcas va siempre unida la publicidad que se les hace. Ocurre de igual modo, también, con los actores que portan una camiseta donde se anuncia la película que acaban de protagonizar. Ocurre, en suma, que cada deportista, o incluso cada actor, es un hombre anuncio, y en ningún momento se ha considerado las camisetas anunciantes de Pau Gasol o Raúl González Blanco como una indignidad. Sin embargo, oh gran conmoción ética, el pionero Ayuntamiento de Madrid ha decidido, en pleno descalabro de una gran crisis económica, mandar al paro a los hombres-anuncio de la calle Preciados por considerar que su trabajo es indigno: algo que coincide con el poco éxito que tienen sus expositores publicitarios. Cuánta indignidad, a veces, en el oficio de político.

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