Singladuras

alfredo Asensi

Historia de dos mujeres

Acaso no haya escritura importante cuyo origen no sea de alguna manera fortuito. Acaso el azar sea, en sus diversas (infinitas) formas y modulaciones, el elemento infaltable y con frecuencia camuflado en el origen de toda obra artística o literaria que merezca el calificativo de valiosa. Con sensibilidad, con frescura, con honestidad saludable, con una forma muy sugerente y femenina de exponer la verdad, Rosa Montero ha escrito un libro fuera de género en el que plantea dos intimidades enfrentadas, la suya y la de Marie Curie, separadas un siglo pero sometidas a una disección paralela a partir de la coincidencia en una desgracia, la pérdida del compañero, Pierre fatalmente accidentado en una calle llovida de París, Pablo derrotado por el cáncer, o sea que La ridícula idea de no volver a verte es un libro sobre la vida y la muerte, pero también sobre las mujeres y los hombres, la literatura, la felicidad, el misterio impreciso y la belleza rara de las cosas cotidianas, la voluntad de superación, el amor y el deseo, un libro sin etiquetas que nació por azar, de rebote, como nacieron cuadros que nos sobrecogen y canciones en las que flotamos, en esa espuma caprichosa y colorista en la que nacen los amores que nos elevan, nos corrigen y nos duelen.

Dos hombres muertos y dos mujeres que los recuerdan escribiendo, que los escriben recordando, protagonizan este relato biográfico y autobiográfico, esta doble crónica sentimental (una en clave vivísima y personal, otra entre la reconstrucción y la interpretación) que pone nombre a cosas de difícil denominación y que deja sin nombrar, sin explicar, lo que queda a trasmano del lenguaje. Y entre el descubrimiento del radio en un laboratorio parisino y una niña que canta bajo una higuera en un pueblo de Ávila se despliegan dos historias que invitan a una reflexión sobre la evolución de los roles de género en el último siglo, con una Marie Curie que entre Nobel y Nobel barre la casa y hace natillas. Y sobre la dificultad de superar las ausencias definitivas, de sobrellevar un dolor que adquiere distintas intensidades pero ya nunca desaparece. Amor y dolor componen en este libro un licor amargo y agradable que se saborea con vocación de lentitud en esas horas de verano en que también cerrar los ojos, vivir hacia dentro desactivando los sentidos, emerge a veces como un triunfo irrebatible de la voluntad de seguir creciendo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios