Juan Carlos López Eisman

Geometría blanca

El acento

Y por eso se están desarrollando frutales de lo que antaño se empezó por llamar "partidos blancos"

28 de diciembre 2018 - 02:42

Mucha gente se pregunta cada día por qué el discurso político está tan lleno de aristas y de esquinas, por qué sus mensajes llevan aparejados, las más de las veces, unas dosis tan altas de agresividad y cuál es el motivo de que éstos no tengan otro ropaje más amable. Algo que no está reñido con el empuje dialéctico y la pujanza argumental. Esta percepción se nota especialmente en circunstancias significativas cuando la tensión emocional sube de tono y se carga el ambiente con ruidos estridentes. Porque en los momentos en que triunfan las graves dificultades y sólo queda decir que poco se puede hacer, es cuando más se aprecia la dureza inútil como forma de manejar dialécticamente los asuntos de la cosa pública.

Ángel Ganivet, teórico de la vida política algo olvidado, habla de un tipo de ideas, "picudas" las llama, que dan vida a nuevas parcialidades violentas, que en vez de hacer un bien hacen un mal pues mantienen en tensión enfermiza los espíritus, e incitan a la lucha. Y sugiere que no basta con lanzar ideas, sino que antes hay que quitarles la espoleta. Precisamente este tipo de ideas, por la irracionalidad que arrastran y las configura, ni son creadoras ni favorecen la solución de los problemas. Como contraposición a las mismas, ofrece las ideas "redondas", aquellas que, solas, se bastan para vencer cuando deben de vencer.

En este terreno de juego es muy fácil quemarse. Y por ello se están desarrollando frutales de lo que antaño se empezó por llamar "partidos blancos", que quieren arreglar las cosas por procedimientos exentos de formalidades, recordando que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos geométricos. A lo mejor, entonces, es que para reducir los ángulos agudos y reencontrarse con los ángulos rectos hay que cambiar de geometría. Y para cambiar los colores fuertes y sustituirlos por otros más profundos, resulta necesario cambiar también de paleta de forma que el blanco no agote todo el arco iris. A los griegos no les gustaban mucho las esquinas. No es que no las tuvieran, sino que cuando tenían que recurrir a imágenes para representar sus ideas, decían que la esfera era la figura que mejor interpretaba lo perfecto. Al fin y al cabo lo redondo es algo que empieza y termina en sí mismo. (Aunque, como todas las cosas tienen su aquel, ese es el gran peligro de lo perfecto: que uno se acabe olvidando de lo que anda por ahí fuera).

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