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Feijóo ha suministrado a Sánchez su más potente munición para la campaña electoral: los pactos de gobierno con Vox en la Comunidad Valenciana –y otras que vendrán– y en los ayuntamientos de capitales de provincia. Se ha cargado su propio discurso de la moderación, el antifrentismo y la coherencia. De persona en quien confiar.
Ha situado la campaña justamente en el sitio que quería el presidente del Gobierno, en el dilema del bibloquismo. O gobierna la llamada coalición progresista o gobiernan la extrema derecha y la derecha extrema, indistinguibles. Un chute de adrenalina para el desmovilizado electorado de izquierdas no partidista y una descarga vivificante para un PSOE noqueado por el 28-M. Ha desnudado la ambigüedad gallega de Núñez Feijóo: reclamar a los ciudadanos una mayoría suficiente para gobernar en solitario no era más que un deseo que no elimina la voluntad expresa de gobernar a toda costa, en solitario o en mala compañía. Los ciudadanos tienen perfecto derecho a pensar que el candidato del PP repetiría la jugada después del 23-J si se dan las circunstancias necesarias, con una vicepresidencia sin torero al frente, sino con Santiago Abascal.
Ha demostrado oportunismo. Convicciones maleables según conveniencia. Se ha desvelado marxiano (de Groucho): éstos son mis principios; si no le gustan, tengo otros. Propone solemnemente que se deje gobernar a la lista más votada, pero aquí y allá, en ayuntamientos y autonomías, fomenta los pactos contra la lista más votada si se da el caso de que es la socialista. No ha empezado a compartir gobierno con la ultraderecha en un pueblo o una región menor, sino en la Comunidad Valenciana: la parcela de poder territorial más importante de las que se disputaban en toda España. Y no lo ha hecho con forcejeos y tensiones, sino con celeridad insólita. En un rato le ha dado a Vox una vicepresidencia y tres consejerías destacadas; en un rato ha firmado un acuerdo que asume el lenguaje de Vox y convive sin remordimientos con los planteamientos de Vox acerca de la inmigración o la violencia de género. Eso es no disimular nada. Si esta operación la acepta Feijóo por no enfrentarse a su barón valenciano, malo: si refleja exactamente su pensamiento y anuncia su voluntad de futuro, peor.
Es una ironía amarga que Feijóo socorra con su política de alianzas a quien ha gobernado con las alianzas más tóxicas, que ahora está ignorando en campaña.
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