El otro día leí a una buena amiga una magnífica reflexión sobre ese alivio momentáneo que sentimos cada vez que la extrema derecha no consigue traducir en resultados sus expectativas electorales. El fenómeno se viene repitiendo de forma recurrente en los procesos que acontecen en esta Europa nuestra. Empieza a ser habitual. Lo que hace pocos años no dejaba de ser una anécdota que parecía obedecer a la idiosincrasia propia de un país, está reproduciéndose como una epidemia ya no tan silenciosa, por el viejo continente hasta el punto de jugarse la presidencia en la última vuelta de un país como Francia. Si un Estado nacido de una revolución liberal, que ha sufrido la ocupación nazi valora en un porcentaje nada desdeñable la opción más reaccionaria, deberíamos reflexionar seriamente. De acuerdo que hace unas semanas no había tiempo. Que el único objetivo decente era parar al monstruo. Una vez contenido, resulta necesario analizar qué está haciendo que los peores sentimientos ganen terreno en este territorio que un día definimos como común. Qué políticas dibujan un escenario que hacen de la Unión Europea un terreno fértil para el renacer de opciones políticas, más o menos disfrazadas, pero cercanas al fascismo.

Desde mi humilde punto de vista existen varios factores. El principal, la desigualdad, la falta de justicia social, es decir, la gestión de la Política con mayúsculas. Que conste que para mí, cuando la política pasa de la minúscula a la mayúscula incluye la economía. También percibo cierta falta de valores fruto una cierta amnesia inducida o memoria anestesiada. No se puede hacer de Europa un lugar para que se enriquezcan unos pocos. La Europa de los ciudadanos y ciudadanas quedó relegada en la agenda a una moneda común que parece no defender a los países que la integran. ¿O qué es un país sino sus ciudadanos? Si los ciudadanos percibimos que las estructuras políticas están al servicio de otros intereses se optará de forma individual por las opciones más rupturistas, incluidas las del odio.

Tras la Segunda Guerra Mundial, con el retraso de países como el nuestro por razones obvias, la socialdemocracia y la democracia cristiana fueron capaces de asentar un modelo donde el desarrollo económico debía ir necesariamente acompañado de unos mínimos de redistribución que garantizara cierta justicia social. Hablamos de derechos, no de limosnas. El manoseado Estado del Bienestar. Libertad, igualdad y fraternidad. ¿Nos suena? Por eso en tiempos de debate sobre lo que no dejan de ser instrumentos, no debería de perderse la perspectiva de lo importante, de los principios, de las personas. Anduve todo el fin de semana pasado tarareando esto. https://www.youtube.com/watch?v=c2GlVN2Gn3A

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