Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

No sin mi Europa

Institucionalmente, sin la Unión Europea seríamos ceniza, rescoldo o fuego

La Europa a la que los españoles nos referimos con ese nombre es mayormente la que congrega a casi treinta países en la Unión Europea: podríamos llamarla Europa occidental, una comunión de intereses promovida por franceses, alemanes, italianos y lo que se dio en llamar Benelux (gran nombre para un comercio de electrodomésticos, por cierto, quizá ya debe de estar libre de propiedad intelectual o marca). Las dos figuras centrales de aquel germen de un gran invento económico –primero– y después social y, terciaria y tímidamente, de defensa fueron un francés de apellido germano-luxemburgés, Robert Schumann, y otro genuinamente francés, Jean Monnet. Aquello iba de crear un mercado sin cortapisas aduaneras para la producción y venta del carbón y del acero (la CECA): cómo ha cambiado la cosa con respecto al santo grial vigente de la UE, la Agenda 2030. Si uno se fija en el mapa, Europa es bastante más grande, y lo es más en la parte del supracontinente europeo oriental que en el territorio UE-27. El pacto implícito “mercados a cambio de fondos para el desarrollo y paraguas jurídico decente”, la libertad de movimientos de personas y bienes, con el euro como gran bota de las siete leguas, o asuntos en apariencia cosméticos como el programa Erasmus –uno de los grandes pilares del proyecto paneuropeo–, han creado el mejor espacio del mundo.

España, que se adhirió junto con Portugal en 1986, queda en el mapa como una península cuya singularidad visual sólo es comparable a las islas al oeste del Canal de la Mancha, y ya Reino Unido se fue a por tabaco. No sé si el bizarro aspecto de la piel de toro, colgada en el meridión suroccidental del continente, dando a América vía Atlántico, al Mediterráneo, a 15 kilómetros de África, tiene que ver con cómo nos ven nuestros socios, más allá del babel bruselense. Concretamente, cómo ven la convulsión fragmentaria y de radicales bandazos de nuestra política, castigada por la corrupción previa a la Gran Recesión de 2008 y por el peso del voto de las dos regiones más prósperas, donde abunda el antiespañolismo: ¿qué se les pasará por la cabeza a los habitantes corrientes lituanos, chipriotas, irlandeses, suecos, franceses o neerlandeses por la cabeza al saber de estos asuntos? Apuesto doble contra sencillo: lo mismo que a nosotros sobre los suyos internos. Nada. Sí sobre sol y playa, siesta, gastronomía, monumentalidad, el ecce homo Nadal y el tronco Jon Ram que tiran para Arabia; Madrid-Barça. Poco más. Aun así: menos mal que nos queda Portugal... digo Bruselas. Sin la UE, institucionalmente, seríamos ceniza, rescoldo o fuego.

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