Monticello
Víctor J. Vázquez
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En tránsito
En una de estas noches de agosto repletas de estrellas fugaces, mi hijo llegó a casa con la noticia de que había visto tres estrellas. "¿Pediste los deseos?", le pregunté. Me contestó que claro que sí, y luego se dio la vuelta y se fue, quizá temiendo que le preguntase qué deseos había pedido. De todos modos, yo no tenía intención de preguntarle nada. Por descontado que me hubiera gustado saber qué deseos había pedido, porque así podría hacerme un retrato más completo de mi hijo -los hijos son un enigma que jamás acabamos de descifrar-, pero es dudoso que me hubiera querido contestar. Esos tres deseos eran suyos y nada más que suyos. Nadie tenía derecho a entrometerse en ellos.
Según se dice, la idea de pedir deseos a las estrellas fugaces viene de antiguo, ya que Ptolomeo dictaminó que esas estrellas caían del cielo cuando los dioses nos estaban contemplando -por aburrimiento, por curiosidad, quizá incluso porque querían entretenerse un rato-, así que ese era el momento adecuado para pedirles un deseo. No sé si esta historia es cierta, pero ahora, casi dos mil años más tarde, la gente sigue tumbándose en el suelo a contemplar la lluvia de estrellas. Me pregunto si alguien se ha dedicado alguna vez a hacer un seguimiento de la gente que pide deseos en las noches de agosto, con la idea de contabilizar cuántos de esos deseos se han llegado a cumplir y cuántos no. Ese seguimiento supondría una tarea agotadora y para llevarlo a cabo habría que dedicarle casi toda una vida, pero nada nos impide imaginar que un filántropo -uno de esos millonarios chiflados que aparecen en las novelas de Saul Bellow, por ejemplo- se empeñara en financiar esa actividad creando un equipo de rastreadores especializados. Si eso fuera posible -y también podría ser el argumento de una novela-, podríamos establecer una nueva forma de calcular el bienestar humano. Sería algo así como el PIB emocional de una persona, una nueva magnitud que no mediría el éxito o el fracaso económico, sino el éxito o el fracaso de las aspiraciones y de los sueños que hemos tenido.
¿Y qué será de los tres deseos de mi hijo? ¿Se cumplirán o no? Quizá ni él mismo recuerde a estas horas que pidió los tres deseos, pero yo sé que esas tres estrellas fugaces siguen atravesando el cielo. Y durante una décima de segundo hay alguien, aquí abajo, que las está viendo.
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