Es muy complicado mirar el problema de Cataluña sin caer en cierto reduccionismo maniqueo. Los indultos son solo, y no es ni mucho menos poco, una parte del problema. Comprendo y comparto la visión general sobre los mismos en la España no catalana, mayoritariamente contraria, y comprendo también, y debo admitir que no sé si compartiría, la percepción favorable que se tiene de ellos en Cataluña. El protagonismo de los actores implicados en uno y otro lado no facilita las cosas, las distorsiona. Sánchez apela al reencuentro, Junqueras a la independencia. El debate que no abordamos, y que está en el fondo del asunto, es si Cataluña se puede separar de España y hacia qué posición se avanza con esta decisión. Nadie lo dice y nos piden fe.

Estoy en contra de estos indultos por una razón básica: no sé adonde nos llevan. El derecho de gracia es una prerrogativa excepcional del gobierno en todos los países, también aquí; no es una herramienta de impartición de justicia, es un instrumento político. Con carácter general, la mayoría estaría de acuerdo en el indulto de una persona condenada por robar para comer o en el de otra cualquiera que hubiese delinquido sometida por la droga y tuviera que empezar a cumplir su condena años después, liberada de ese yugo y con una vida rehecha. Esos indultos serían una intromisión objetiva en la decisión de la justicia al igual que estos, pero no resultarían tan antipáticos. No me preocupa en exceso lo de la intromisión, porque no sacralizo las decisiones judiciales (sobre las que sostengo desde hace tiempo que también deberían someterse de alguna manera al escrutinio público) y defiendo que el Ejecutivo pueda en determinadas circunstancias, mejor cuanto más definidas, intervenir alterando el curso normal de las cosas para hacer política porque lo puedo juzgar a la postre, puedo evaluar su comportamiento y validarlo, o no, con mi voto. Lo que quiero es saber para qué. En los ejemplos que he escrito, lo sabría. En estos no tengo ni idea.

Estaría dispuesto a apoyar estos indultos por otra razón básica: si me convencieran de que sirven para algo. Para ello, no basta justificarlos solo en lo que parece sustentarlos: para salir del statu quo, hagamos algo distinto a ver qué tal, probemos con esto. Eso no es política, es azar. Y, desde luego, sobra la parafernalia verbal que los adorna, la apelación grandilocuente a la concordia, molesta por cuanto denota una curiosa mezcla de inconcreción y soberbia que ya caracteriza demasiado al presidente y resulta difícil de digerir. La cuestión política determinante es: ¿y después qué viene y qué haremos? Y no tenemos idea.

Yo no quiero que Cataluña se separe del país y no entiendo cómo esta decisión contribuye a que así sea. Igual no me lo han explicado y existe una razón. La quiero saber. No la quiero suponer. Porque la democracia implica que pueda juzgarla. No me pueden exigir fe. Todavía no son Dios.

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