Estoy a dieta. Pago semanalmente para que una chica no especialmente simpática ni agradable, a la que no le caigo ni me cae bien, a quien ni le importo ni me importa, me presione. Una vez a la semana, pago por que me cuestione posibles -en todo caso escasos- excesos. Tras una leve conversación superficial, que nada aporta, me manda a la báscula. Me indigna que las semanas de objetivos alcanzados sea inexpresiva frente a lo vehemente que se muestra cuando los números y los gramos de menos, no están de mi parte. Entonces nos enrolamos en una negociación sobre brócoli o alcachofa, tensión entre espárragos verdes o blancos, pescado blanco o azul y, al final, siempre me voy con nuevas imposiciones y ninguna concesión por su parte. Sí, soy un fiasco como negociadora. Y vuelvo. A la semana, vuelvo.

Septiembre y enero son los meses de los propósitos por excelencia. En este mes, a las buenas intenciones se le une la necesidad de aprovechar los periodos de medio normalidad, para la puesta a punto de cara a un posible y obligado encierro, porque ya tuvimos oportunidad de descubrir que, en tiempos de cuarentenas y confinamiento, somos más de matar las horas con bizcocho que con calabacín. Pese a mi tendencia anárquica, intento ordenarme. Lucha interna. Les confieso que los martes -que son el día inmediatamente anterior a nuestra cita- mi gastrocomportamiento es mucho más intachable que el de los jueves. La rigurosidad, relativa, me dura hasta media mañana del viernes; el lunes reactivo motivación a medio gas y el martes me vuelvo exhaustiva, y así pasan mis semanas. Y es que lo DES, desmoraliza. La vida entre lo descafeinado, lo desnatado y los desgrasados, me lleva a la desidia.

Después de lo que me desanima mi desayuno, llevo a las niñas con no poco desasosiego, al cole. Ellas, sin desmotivación alguna, siguen afrontando sus días con entusiasmo y pese a las distancias marcadas y escenas desalentadoras de mucho gel, su ilusión no desiste. El resto del día, como el de todos ahora, lo paso entre desinfección y desafección.

Puede que el asunto de la dieta resulte frívolo, pero vengo sintiendo que mi desgana es compartida por mucha gente de mi entorno, que lo des nos ha tocado el ánimo. En esta desagradable y desesperante etapa de desconcierto y despropósitos, no nos queda otra que desterrar la desilusión, comportarnos rigurosamente -como si todos los días fuese martes- y esperar resultados. Mi despiadada nutricionista no me anima, pero estoy convencida de que nuestro esfuerzo, el de todos, tendrá resultados. No nos desanimemos.

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