Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
La otra orilla
LLEGAMOS al puente de la Virgen de Agosto. Para muchos: la cuenta atrás para el fin de las vacaciones. Para otros: el inicio de los días de descanso. La procesión de la Virgen de Acá, en el Alcázar Viejo, rompe el letargo de la ciudad con la música de las bandas y el ajetreo en torno a la iglesia de San Basilio, donde se arremolinan turistas y vecinos y llueven los pétalos de flores criadas bajo la soflama. El sol asfixia estos días la ciudad, como un velo pesado que se levanta sólo, algunos días, cuando llega el atardecer y vamos entonces a los cines de verano o a la avenida de la Libertad a pasear anhelando el paseo marítimo de los veraneos. Llega el puente y se vacía una ciudad ya vacía, sin tráfico y casi sin gente. Por eso sorprende el bullicio que envuelve a la Virgen de Acá en su recorrido cada 15 de agosto, con los aires acondicionados que resuenan como turbinas en las fachadas, los vendedores de higos chumbos con su mercancía y una extraña mezcla de turistas de vacaciones en Córdoba y de cordobeses que no dudarían en hacer las maletas para huir de los 45 grados y de las siestas larguísimas que nos aletargan. Un jueves que es como un domingo, y un viernes que volverá a ser otro domingo, y luego un sábado y un domingo que nos recuerdan que estamos en agosto y que sólo ahora uno puede permitirse estos días de tranquilidad.
Llegamos al puente de la Virgen de Agosto y sentimos que el verano empieza a apurarse, se acortan los días, vemos ya la botella medio vacía: la Liga que arranca, el colegio a la vuelta de la esquina, el tráfico que empieza a animarse y los autobuses que se llenan poco a poco. Los uniformes, los horarios. La rutina. Pero está el puente, como un descanso en el centro del descanso, con una Córdoba vacía que se queda más sola hasta el domingo.
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