Son tiempos de turbulencias, la realidad a la que asistimos desde hace un tiempo evidencia, entre otras muchas cosas, que no podemos dar nada por hecho. Que de repente, lo imprevisible acontece y tira por tierra aquello que dábamos por seguro.

La vida, la salud, la dignidad de la persona, siguen estando eternamente en juego. Ahora que se cumplen dos años de aquellos días de marzo, de esos días en los que una pandemia mundial nos zarandeó, días en los que desde la incredulidad nos pusimos frente a frente con una realidad del todo desconocida y a la que no dábamos crédito, recordamos el cierre de los coles, la vida en las casas, la parálisis de toda actividad, aquellas primeras comparecencias de gobernantes que nos anunciaban cómo íbamos a vivir, entre las mil dudas, la incertidumbre y aquellas videollamadas de consuelo. Una realidad a la que nunca imaginamos nos tendríamos que enfrentar. Que la salud no se puede dar nunca por hecho. Es cierto que achaques varios, diagnósticos y accidentes nos lo mostraron pero como sociedad, la pandemia nos los subrayó y en ello seguimos.

Ya habíamos asistido con anterioridad a otras crisis, las más recientes económicas que también supusieron caídas. Caídas de empresas gigantescas, medianas y pequeñas, caídas que dejaron en la ruina a personas que nunca lo hubieran pensado. Periódicamente la realidad nos enseña que la estabilidad es un concepto difuso. Que derechos y vidas son azotados. Que nada es eterno y que no podemos dar nada por hecho.

Ahora que asistimos al horror televisado, la guerra. El horror de los horrores, imágenes dantescas de una Ucrania invadida militarmente por Rusia, escenas que ciertamente se suceden en rincones del mundo de los que ni oímos hablar, volvemos a tomar conciencia de que la paz, tampoco la podemos dar por hecho. Que en esta ocasión, no tan lejos y con vidas parecidas -hasta ahora- a las nuestras, se están arrollando derechos y vidas, se está atacando a lo inatacable, se arrasa con lo intocable, y es que en la barbarie, efectivamente parece que nada es sagrado.

Demasiados golpes para no implicarnos, demasiado cruel para permanecer impasibles, demasiado grave para seguir yendo a lo nuestro y dando por hecho que nada nos tocará, que no va con nosotros y que nuestras vidas permanecerán inalterables pese al ruido de los alrededores. No demos por hecho nada, que en cualquier momento y en cualquier lugar, todo se resquebraja y hace temblar los cimientos de las vidas de tantos, también de las nuestras.

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