Hacer el trabajo que uno ha elegido, que uno ha encontrado o el que ha podido ejercer, y hacerlo de la mejor manera es un reto que todos tenemos cada día por delante. Parece obvio pero al pensar en ocupaciones diversas y tareas dispares, concluyo que todos compartimos aspiración.

De manera más o menos brillante, con más o menos acierto, energía y una implicación, inevitablemente fluctuante, abordamos nuestro oficio, ese trabajo que repetimos día tras día y durante muchísimas de nuestras horas. Evidentemente, no siempre se está lucido y hay momentos, que ni lúcido.

Dicen que en el ejercicio de las profesiones liberales la competencia entre profesionales es un elemento esencial. Una competencia que incentiva el estudio, la mejora, la voluntad de querer ser el mejor y aseguran que eso, en ocasiones, alimenta algún que otro enfrentamiento entre compañeros. Por eso, cuando uno acude a actos donde no hay espacio para rencillas, en los que se premia a compañeros, reconociendo su entrega, su dedicación, su hacer y su disposición a ayudar a los demás, resulta un foro propicio para la reflexión.

El pasado jueves se impusieron las Medallas al Mérito en el Servicio de la Abogacía y se conmemoró la concesión de la Cruz Distinguida de 1ª Clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort, a Mercedes Mayo González. Distinciones que reconocen esa entrega y esa dedicación.

Debo confesar que ese tipo de premios, las medallas, de la abogacía, de los quiroprácticos, los notarios y hasta los proctólogos muchas veces me han parecido una oda al cargo más que a la persona. Se premia muchas veces a quien ocupa o ha ocupado un cargo, siendo indiferente cómo lo haya hecho. Por supuesto, se dan premios, reconocimientos y medallas a gente extraordinaria, pero estoy convencida que en ocasiones, también se premia a auténticos zotes que nada habrán aportado al colectivo.

El jueves, escuchando a los premiados, sus currículos, su trayectoria, sus agradecimientos a tantos y sus unánimes guiños a la familia por el tiempo arrebatado, pensaba en el hacer propio. En que al final, la trayectoria la conforma cada uno de nuestros días, en que las carreras la configuran cada paso que damos al frente y la manera en que lo damos, en que cada asunto es una oportunidad para desplegar profesionalidad e implicación real desde nuestros espacios de actuación.

Mas allá de la condecoración, la forma de relacionarnos, de entregarnos, de prestarnos a quien nos necesita, será nuestro legado. Más allá de la condecoración está el reconocimiento silencioso de aquellos a los que hayamos podido solucionar un problema. Más allá de la condecoración, la medalla es el camino.

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