Esta semana el aspirante a presidente compareció ante la prensa para deplorar los nuevos usos lingüísticos del Congreso, los calificó de karaoke e insinuó que recurriría la medida ante el Constitucional. El nuevo PP de Feijóo es como el viejo de Fraga y sucesores. En una perfecta tradición conservadora, Alianza Popular y su heredero el PP se han opuesto a la ley del divorcio, a la del aborto, a la del matrimonio igualitario, a la ley antitabaco…

La política nacional se ha convertido en un circo de varias pistas. Con fieras, dos investiduras en simultáneo y parejas de baile en otros escenarios, incluidos ultranacionalistas vascos o catalanes rivalizando entre sí. La primera investidura embiste a la segunda en un mitin hoy en Madrid, contra la amnistía. Feijóo lleva más de un año al frente de su partido, y ha empleado ese tiempo de larguísima precampaña, la entera campaña y los dos meses transcurridos desde las elecciones pregonando que quiere acabar con el sanchismo, pero todavía no nos ha dicho que quiere hacer con este país.

A ver si el martes nos enteramos de cuál es su diseño territorial, sus planes fiscales, su idea sobre las pensiones, su política económica, social o sanitaria. Todo su esfuerzo se agota en lo pernicioso que es su rival, pero de lo suyo nada sabemos. Un error que le ha hecho quedarse corto respecto a sus ufanas expectativas y en manos de Vox.

El aspirante repite como una jaculatoria que defenderá la igualdad a rajatabla de todos los españoles. Pero su PP ya acepta desigualdades tan notorias como el concierto vasco y el convenio navarro, que no han merecido ni media palabra del presidente de la Junta de Andalucía. Ahora, los ultranacionalistas catalanes se cuelan por esa rendija. Cifran su deuda histórica con el estado en 450.000 millones de euros. Como dirían Tip y Coll, eso sin exagerar. Una cifra que deja en calderilla el famoso cheque británico que Margaret Thatcher arrancó a sus socios comunitarios en 1984, a razón 3.600 millones al año.

Esta semana ha empezado el uso de las otras tres lenguas cooficiales españolas en el Congreso. La variedad cultural y lingüística de este país es una enorme riqueza nacional. El catalán, con diez millones de hablantes; el euskera una de las lenguas más antiguas de Europa, y el gallego, que nos une a 250 millones de lusófonos, deberían ser asignaturas optativas en Secundaria. Pero al ultranacionalismo español ni le gustaba eso durante la dictadura, ni le agrada ahora. Y a su gemelo el ultranacionalismo separatista, tampoco; los otros lo que quieren es irse. Hay que dar la bienvenida a esta medida histórica que como el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual o la ley antitabaco no tendrá vuelta a atrás.

En una cosa tiene razón el PP. No debió aplicarse hasta no se aprobara la reforma del Reglamento. Como siempre, Sánchez se pasa y Feijóo no llega. Ese es nuestro panorama circense.

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