La otra orilla

Censura

Los artistas deben ser disidentes para abrirnos los ojos. Una democracia sin disidencia no es democracia

El arte siempre ha sido libre. La creación artística necesita libertad para poder expresarse en toda su magnitud. A lo largo de la historia, los artistas siempre han sido incómodos con el poder. Los escritores, músicos, escultores, pintores… han de ser disidentes, cuestionadores de la realidad, de ahí que los poderosos les hayan sometido al silencio, a la prohibición o a la persecución y la cárcel, cuando no a la ejecución en la plaza pública.

Durante la dictadura franquista, artistas como Lorca, Machado, Miguel Hernández, Picasso, Buñuel o Miguel de Molina fueron prohibidos, perseguidos, encarcelados o fusilados para que su voz no fuera oída. La dictadura imponía su concepción del arte y sus propios artistas, aquellos que aplaudían la "cruzada nacional". Crear en España en esa época era jugarse literalmente la vida.

La llegada de la democracia supuso una liberación. Pero entonces apareció otra censura menos violenta, menos prohibitiva, más maquiavélica. Nuestros gobernantes comenzaron a instrumentalizar el arte y a los artistas, los fue domesticando mediante subvenciones y ayudas para la creación, de forma que si el creador no estaba bajo la cuerda ideológica del partido de turno no era contratado o no recibía ayudas para vivir de su arte. Era otra censura, más suave pero igual de coercitiva que la que impuso el franquismo. Contaba Loquillo, en una entrevista con Jesús Quintero, cómo cuándo el artista pidió el NO en el referéndum sobre la OTAN sufrió la cancelación de muchos conciertos programados por ayuntamientos socialistas y cómo sus canciones dejaron de pincharse en algunas radios públicas. Algo parecido podría decir Boadella, perseguido por el franquismo y por el independentismo catalán.

Ahora, en esta época de peligrosa involución, volvemos a ahogar la voz de los creadores, la voz de los artistas. Podrán gustarnos más unas propuestas que otras, podrán gustarnos más unas obras que otras, pero lo que como sociedad no podemos aceptar es que las voces sean acalladas, que la censura vuelva a instalarse en nuestra convivencia democrática. Lo ocurrido en Madrid en estos últimos días no debe aceptarse como una anécdota. Es peligroso. Nos jugamos la libertad de todos. Los artistas debe ser disidentes para abrirnos los ojos. Una democracia sin disidencia no es democracia.

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