Somos cuerpo y mente. Y hay que trabajarse ambos. Es inevitable que, llegada una edad la cosa, ambas, empiecen a decaer; lo del body es más evidente pero el coco puede dar un quiebro en cualquier momento y, de repente, la angustia, la culpa y las preocupaciones llegar a ocupar, de manera incontrolada, mucho en la cabeza de todos.

Hoy, Día Mundial de la Salud Mental, no podemos dejar de tomar conciencia de esos problemas, intentar hacer real la atención para todos y cuidarnos y cuidar. Aprender a detectar factores de riesgo y no minimizar la cuestión.

En lo del cuerpo, hay que afanarse también, concebirlo como una tarea ineludible, e integrar su cuidado en nuestra actividad diaria. Fácil la frase, pero tela de complejo llevarlo a cabo porque, ahí están nuestras actividades diarias, variopintas e intensas; y entre la motivación profesional, la valía, las inquietudes, la familia y lo de más allá, ponte a correr un ratito y a cumplir los diez mil pasos diarios que nos dice el reloj inteligente que hay que completar cada jornada.

Sin excusas, hay que incluirlo. Mi amiga Laura esta buenísima. Tiene un cuerpo imponente, unas piernas espectaculares, unos brazos definidos, un pecho turgente. Le debe mucho a la genética, pero la tía ciertamente se lo curra. Busca hueco para correr, se mueve en bici y ha descubierto la única actividad que le engancha en el gimnasio. Tras descartar las clases de zumba, aerobic y pilates, ha encontrado su ejercicio ideal. Ahora Laura va a Brooklyn fitboxing.

Intenta convencernos al resto de amigas de las bonanzas de su descubrimiento, con un entusiasmo abrumador y una energía arrolladora, nos habla de endorfinas, calorías, patadas, boxeo y desfogue. La actividad tiene un pero, es a las 8 de la tarde. Todos sabemos lo que eso significa, pocas mujeres, ninguna mamá. Y es que a las 8, hay baños y tortillas por hacer, croquetas por freír y tareas que repasar. A las 8 las mamás -sobre todo con criaturas de cierta edad- no están en el gimnasio, como no convocan reuniones, como nos cuesta estar en conferencias y exposiciones, y gestionar la carga de la culpa en eventos a deshoras, sin permitirnos ni copa ni puro de ellos.

La fresca de Laura abandona a sus niños y se cruza con mamás para compartir actividad con muchachos fornidos, porque como se imaginan, el santo varón del marido, tiene el cielo ganado y es capaz de hacer solito un par de sándwich mixtos. Hay que aprender de Laura, enfundarse los guantes y trabajarnos bíceps y culpa.

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