Tengo a impresión, por lo que he estado comentando por ahí estos últimos días, de que muchos hemos llegado al final de este año hasta las mismas narices. Ha sobrado año o hemos sobrado nosotros. Por eso, cuando se acaba, a más de uno se le escapa un "por fin" aliviado, con la esperanza, escasamente científica, de que por el arte mágico de colgar un calendario nuevo, los problemas y las singulares dificultades de cada cual desaparezcan. Eso es la esperanza, digo, pero no la verdad, porque lo cierto es que los mismos problemas que no se hayan resuelto a la hora de atragantarse con las uvas, seguirán cuando uno recupere la respiración normal ya en el Año Nuevo.

Es curioso el simbolismo que le damos a una hora. En cuestión de segundos termina un año y empieza otro -esto es un hecho temporal sin más dimensión- pero lo tremendo es el valor que le conferimos: de final y comienzo, de final de todo lo malo, de comienzo ansiado de todo lo bueno. Sabemos positivamente que no será así, que el año que viene, es decir, desde mañana mismo, la vida continuará siendo una sucesión de acontecimientos, unos buenos y otros malos, que ocurrirán todos los días o la mayor parte de ellos. Como siempre. Pero, también como siempre, distraemos nuestra cabeza en el deseo de que este año que venga si, que sea el momento definitivo para dejar esto o aquello, para aprender lo de aquí o lo de allá, para tener más tiempo, para ser más, para no ser menos, para qué sé yo que no sepas tú.

El año que se esfuma se va. Esto sí es cierto. Y sé, como he escrito arriba, que no se va a llevar nada, porque nada trajo. Pero, puestos a pedir deseos al destino que desfila por el reloj de cualquier Puerta del Sol, cada quien tiene el perfecto derecho de ser ambicioso en sus peticiones y aspirar a lo máximo que le haga bien. Así que, no nos cortemos: en este juego de sombras de la realidad, ¡pidamos, carajo, pidamos! No se puede vivir sin la ilusión de las cosas vayan a repetirse siempre con ansias. Que saben que no sirve, pues estupendo. Que no sirva. Pero no nos privemos del gozo fugaz de vernos en el futuro inmediato mejor dispuestos, más tranquilos, más felices. Será una ilusión solo, posiblemente vana, que no quepa duda, pero hagámonos trampas al solitario, que nadie vigila. Y después comprometidos a burlar al destino cada vez que podamos, como método de vida.

¡Añito que te vas, amigo, qué castigo has dado! Podría decirte ahora que tanta paz lleves como dejas, pero el caso es que ni te importará, porque pasas a la nada de una hoja en papeleras. Ya. No eres más que un conjunto de días que van pasando hasta que llega hoy. Solo un recipiente por llenar. Y los que te llenan, nosotros, quedamos a nuestras expensas. Conviene saberlo bien hoy, que estás acabado, para advertir a tu sustituto. Así que, añito que vienes, cuídate: avisado quedas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios