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El pasado 25 de julio se cumplieron 40 años de la muerte de la escritora Gabriele Tergit. Perteneciente a una familia judía alemana de clase alta, tras estudiar historia, filosofía y sociología se dio a conocer como periodista en el Berlín de los años 20 y logró el reconocimiento literario en 1932 con la publicación de su novela Kásebier conquista Berlín (edición española en Editorial Minúscula que meritoriamente la tradujo cinco años antes del actual boom de la autora). Es una sátira extraordinariamente moderna sobre el poder de la prensa para convertir a un artistucho de quinta fila en una estrella y el de las industrias culturales para explotarlo en el Berlín prenazi. Después que en 1933 las SA saquearan su apartamento huyó primero a Suiza y después a Palestina para acabar instalándose en Londres en 1938.
Durante 20 años, en las más diversas condiciones y no sin sobresaltos ya que perdió varios borradores, trabajó en una gigantesca novela que retrataría el ascenso y caída de una familia judía berlinesa desde 1878 hasta la Segunda Guerra Mundial, Los Effinger. Una saga berlinesa, una parte considerable de la cual fue escrita mientras sucedían los acontecimientos que refleja. El resultado fue un fresco monumental de la vida de los judíos berlineses -y de Berlín, Alemania y Europa durante más de medio siglo- que hoy se compara a Los Buddenbroock de Mann. Pero no fue así al principio. Tergit encontró dificultades para publicarla. Su primer editor alemán se retiró del proyecto: no era cosa de "abrir heridas", y menos si eran judías, en la Alemania de la posguerra. Cuando logró publicarla en 1951 tuvo una tirada modesta y fue rápidamente olvidada.
Se puede imaginar su amargura cuando, a los 57 años, tras tan gigantesco y largo esfuerzo, consciente de la calidad de su obra, afrontó el fracaso y el olvido. Tuvieron que pasar 68 años para que, tras su reedición alemana en 2019, se reconociera su valor y se convirtiera en un fenómeno editorial y cultural primero alemán y luego mundial (edición española en Libros del Asteroide). Desgraciadamente Tergit llevaba 37 años muerta. No es un caso tan trágico como el de otra gran escritora judía, Irene Némirovsky, cuya extraordinaria Suite francesa fue hallada y publicada 62 años después de su muerte en Auschwitz, pero no deja de ser una dolorosa injusticia. El reconocimiento póstumo es una amarga cosa.
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