Cambio de sentido

Alcaldes de pueblo

A Ulises nunca lo tuve por rey sino por alcalde de Ítaca, de la que conocía el nombre de todos sus habitantes

Aulises nunca lo tuve por rey, sino como alcalde de Ítaca, un pueblo con botica, sus cabrillas y su plaza, del que conocía, uno a uno, el nombre de todos sus habitantes. Quizá por ello entiendo que regir una aldea o gobernar una ínsula, que presentarse a la alcaldía del pueblo de uno, es la forma política más transformadora, pues es en lo pequeño y cercano donde el talento, el cuidado y la acción no se diluye en el humo de los grandes ideales ni en el barro de la infecta realpolitik. Lo pienso cuando pienso en personas de gran talento y valía que conozco, y que van para alcaldes de su pueblo. Un amigo me cuenta que, en su localidad de 500 habitantes, la propia alcaldesa avisa por Whatsapp si el panadero ese día no reparte, o si un perro se ha perdido, y entre todos procuran que nadie de esa comunidad esté desaviado, o se muera solo. Es difícil revertir inercias, pero un “maldito pueblo sin río, de pozos, donde siempre se bebe el agua con miedo de que esté envenenada”, que diría Lorca, puede tornarse poco a poco en otra cosa por afanes de Odiseo y sus munícipes, si apuestan por cosas tan poco valoradas en este mundo de colmillos retorcidos como la biblioteca del pueblo donde acuden por las tardes los chaveas.

A la posibilidad del buen hacer en los municipios la asedian varias amenazas, internas y externas: dentro, aguarda Bernarda Alba, las fuerzas vivas a las que les incordie la democracia, los del más vale malo conocido, la que da ojana por ver si pilla licencia para correr una linde a su favor. Desde fuera, la mayor amenaza quizá consista en idearios y directrices trazadas por quienes en su vida han pisado el pueblo y lo ven como un instrumento en su ajedrez geoestratégico. No han sido una ni dos las ocasiones en que, en la visita a distintas localidades, he escuchado a la alcaldesa o concejal reverberar verborreas, mensajes clave, líneas generales y estrategias de nosequé trazadas desde instancias lejanas que, in situ, suenan como dichas desde el interior de una tinaja. A los alcaldes, los discursos dictados desde arriba les sientan como el traje de otro. En cambio, a quien habla con cabeza y desde su corazón, se le ve al momento.

Por cierto, descreo del lugar común que dice que, en las municipales, se vota a la persona y no a su ideología. A cada candidatura se la vota o no por las ideas y valores que rigen su manera de estar y proceder. La diferencia es que al alcaldable se le ve más el cartón. Pero también más la luz.

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