Se agolpa todo en la cabeza. No hay nada que impida más guardar sus turnos a los recuerdos que un dolor profundo. La memoria quiere estar de golpe, se desploma cuando no tienes fuerzas para sostenerla. La mente es una nave a la deriva que va y viene por un oleaje de ausencia insoportable, que te hunde, te ahoga. La mente siempre quiere quedarse en blanco cuando está de luto.

Ana Obregón debe sentirse así ahora que ha perdido a su único hijo, Álex. Y ha pronunciado unas palabras tan pesadas como una cruz y tres caídas que ya le anuncian la de veces que va a dar de bruces: "Se apagó mi vida".

A ella se le ha ido su hijo, pero a todos se nos vuelve a ir un héroe más de los que hicieron la lucha contra el cáncer, la gran pandemia sin contagios, la larga batalla de tantos que la han perdido. Cuántos años de investigación y de campañas para financiarla.

"Se apagó mi vida", ha dicho desde el escenario más oscuro, aquel donde uno se aturde con su propio personaje en un papel inesperado. "Se apagó mi vida", ha dejado caer por labios secos que han perdido sus mejores besos, los que le había regalado su hijo en una vida difícil con los hombres. Esa vida no siempre amable con Ana, como tampoco suele serlo siempre con todos, seguramente habrá de encenderse por alguna parte Y hasta puede que sea su hijo quien misteriosamente se encargue de encendérsela, como si devolviera el milagro de un don que ahora ha llegado a su final. De momento, es comprensible, Ana ha bajado el telón. Ha cerrado un libro donde fue la Fantástica y la de los posados en el mar. Ana no siente ser alguien sin su hijo. Es lo único que ha sabido decir al despedirse de su última luz.

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