Turismo no, gracias'. Era un eslogan que me sorprendió encontrar en La Palma en los años 80 porque indicaba que el buque insignia del desarrollismo español tenía detractores en aquella isla. El turismo es una actividad presencial y esto implica rozaduras y necesidad de adaptaciones. En los años 60, cuando todo comenzaba, ya había quien advertía de la amenaza del aumento persistente de forasteros sobre las costumbres y la moral de la época. Los calificaremos como los primeros enemigos del turismo, evidentemente incapaces de resistir ante el formidable empuje de lo que vendría después.

La conciliación entre el turismo y el medio ambiente tuvo lugar tras la Cumbre de Río (1992), en la que se planteó avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo sostenible. El compromiso del sector se reflejó en la Carta Mundial de Turismo Sostenible de 1995, a raíz de la cual los principales turoperadores comenzaron a reflejar los valores de sostenibilidad ambiental entre los atractivos más valiosos de los destinos que promocionaban. Andalucía conseguía, por entonces, superar una etapa de notable desconcierto relacionado con el catastrofismo agorero sobre el agotamiento del segmento de sol y playa. El turismo resistía y demostraba su capacidad para transformarse y dar respuesta a los nuevos perfiles de una demanda de clases medias mediante fórmulas como el time-sharing o el turismo residencial, pero la torpe mezcla de codicia, corrupción e insensatez que llevó a la urbanización salvaje del litoral dio nuevos y poderosos argumentos a los detractores.

Tras el colapso de 2008 consiguió resurgir de sus cenizas, como ya lo había hecho en anteriores ocasiones: se anticipó a la recuperación de la economía y contribuyó, como ningún otro sector, en el regreso a la normalización. Las voces contra el sector se canalizaron entonces a través de las proclamas a favor de cambios en el modelo productivo, que rápidamente se interpretaban como demanda de reducir la dependencia del sector. La calidad del empleo, la generación de valor añadido o el nivel de los salarios han sido argumentos, en su mayoría falaces, repetidamente esgrimidos por los detractores, que se amplificaron con la pandemia. El hundimiento de la actividad por las restricciones a los desplazamientos y a las experiencias personales se interpretó como una nueva señal de fragilidad en las economías dependientes del turismo, aunque el progresivo retorno a la normalidad no ha podido ignorar que, si el comportamiento de la economía en 2022 ha sido bastante mejor de lo previsto, se ha debido, fundamentalmente, a la extraordinaria temporada turística.

Al final el sector ha vuelto demostrar buena salud y una enorme capacidad resiliente, pero los enemigos, que no cesan en su propósito, cuentan ahora con un nuevo y poderoso aliado en la vivienda turística. Su fastidiosa interferencia en la cotidianeidad de los residentes (precios, alquileres, accesibilidad, convivencia, …) lleva a cuestionar una actividad que produce beneficios privados e inconvenientes al conjunto de la población. Este es el terreno en el que, en mi opinión, está planteado el principal reto para la política turística en Andalucía.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios