Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El 'efecto lenteja'

Gobernar y legislar en función del mero mantenimiento del poder político será causa de externalidades indeseablesLa acción política cuando es precipitada siempre amenaza al futuro

Incluso antes que dedicarse al día a día de la gestión pública y sus múltiples frentes y aristas, cualquier gobernante debe afanarse en cumplir con sus promesas electorales. Si no lo hace, se señalará como un vendedor de motos que no existían; ostentará una estrategia paticorta, o meramente electoralista. Parece esto importar poco: como se suele decir con poca finura, en este país nos cabe lo más grande. El incumplimiento y su posible cómplice -la mentira- no parecen asustar mucho al ciudadano y votante -y menos al devoto a unas siglas-, quizá narcotizados por los problemas sin solución de continuidad y el desahogo crónico de demasiados políticos y gestores. Que a todo se acostumbra un siervo... y también un rebelde agotado. Asistimos ahora una nueva concesión legislativa de nuestro Gobierno, cuyas iniciativas programáticas quedan opacadas por el conchaveo funambulista con ERC y otros socios menores: socios de ventaja que votan lo que haga falta a cambio de sus lentejas. Lentejas de ida y vuelta, pues. Por un plato, mi reino. Leyes de sastrería para salir del paso, frente a leyes que sí fueron prometidas en mítines pero que se arrumban en un desván de cierto oprobio. ¿A quién le importan las consecuencias a corto, medio y largo plazo?

A propósito de acciones gubernativas y sus efectos inmediatos y demorados, comentemos una medida que a priori nadie dudaría en calificar de valiosa: el bono gratuito para cercanías de Renfe en vigor hasta final de año (veremos si se prorroga, vienen elecciones), que ha colmado estos trenes tan necesarios para muchas personas y territorios, ha amortiguado el azote del impuesto silencioso llamado inflación sobre los hogares y ha llenado -con cargo a los presupuestos del Estado- los bolsillos de la empresa pública ferroviaria, que comienza a sentir en el vagón de cola el aliento de la competencia privada (veremos cuándo nos viene el árbitro de Bruselas a sacar tarjetas y boletines de multas por esta subvención apenas encubierta). La picaresca española aprovechó los trenes baratos para reservar de gorra y sin miedo a sanción todo lo reservable, para después elegir el trayecto deseado en el horario que le pudiera convenir, causando -a lo que vamos- un efecto colateral indeseable y de lo menos solidario: quien quería o necesitaba desplazarse en el tren copado por los gratuistas a tiro de móvil app se quedaba en tierra, y los asientos quedaban vacíos. Un abuso que se ha pretendido paliar con sanciones de papi timorato sobre hijos consentidos. En cualquier caso, otra imprevisión.

Tiene este asunto una cierta resonancia a lo que en economía se llaman "externalidades", o sea, efectos sobre terceras partes de economías en las que dichas partes no pintaban nada. Por ejemplo, una externalidad nociva se produce cuando alguien compra un vuelo, con lo que la aerolínea gana el precio del mismo y el viajero gana su desplazamiento, pero los que ni venden ni compran soportan los costes medioambientales del tráfico aéreo. En positivo, que te pongan cerca de casa explotaciones frutales o de apicultura es beneficioso para quienes viven cerca de las mismas. El bono gratis total -es un decir- de Renfe, por ejemplo, ha atizado un mazazo importante a las compañías de autobuses interurbanos, ya de suyo tocadas. Y a las gasolineras y sus empleados, o a Blablacar (personas que comparten coche). Decidir en el ejercicio del poder tiene implicaciones derivadas. Lo importante es que no se actúe tan a la ligera que las decisiones no vean más allá de lo inmediato. Eso es meterse en un barril que rueda cuesta abajo. Medir las consecuencias de nuestros actos es imprescindible para navegar sereno en la vida, en la acción política es obligado. O bien es demagógico, y funesto.

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