Con un mínimo de autocrítica habría ganado una mínima credibilidad, pero su triunfalismo exagerado ha provocado que el balance de fin de año del presidente del Gobierno haya rayado el ridículo.

Cuando dijo que en siete meses había hecho más que el Gobierno anterior en siete años, ni siquiera se sonrojó, como si no diera importancia a que ha sido incapaz de presentar un proyecto de Presupuestos, que el anterior Gobierno ha creado tres millones de puestos de trabajo, que impidió un rescate con unas medidas de austeridad impuestas por Bruselas que nos habrían crujido, y que mal que bien cuadró las cuentas y atrajo a un considerable número de inversores extranjeros. Entre otras cosas. No acertó Rajoy en encontrar una salida al problema del independentismo catalán, pero tampoco lo ha hecho Sánchez, con una política de entreguismo que indigna a casi toda España, lo que ha tenido su principal reflejo en las elecciones andaluzas.

Es verdad que su Gobierno ha demostrado una clara sensibilidad en las políticas sociales, pero habría que preguntarse si nos lo podemos permitir.

Lo más irritante de Pedro Sánchez es que reflexiona antes de hablar. Ha atacado de forma inmisericorde a Ciudadanos y el PP por gobernar Andalucía con la ayuda de un partido de extrema derecha e inconstitucional. Que lo diga Sánchez, cuando gobierna gracias al apoyo de un partido de extrema izquierda, y de los independentistas catalanes…

Sigue pensando lo de Cataluña se arregla con diálogo dentro de la Constitución, pero no parece que Puigdemont y Torra compartan esa idea.

Deseemos lo mejor a Sánchez, porque cuando a un presidente le va bien al país que gobierna le va bien también. En este caso, visto cómo se plantea la gobernación, no está nada claro que con Sánchez en La Moncloa este país puede mirar con esperanza el futuro. Engaña a la ciudadanía … y se engaña a sí mismo con su balance.

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